Parece sencillo: si una entrevista merece un mínimo de profesionalidad, hay que grabarla. Sólo entonces podemos valorar si, quienes la publican en papel o en internet, respetan en su integridad las preguntas y las respuestas, o si cometen manipulaciones que deforman lo dicho por el entrevistado.
Parece sencillo, pero es algo que algunos podrían aplicar con provecho. Porque es extraño que se difundan entrevistas a personajes de importancia sobre las que luego se lanzan dudas, comentarios críticos o acusaciones de falta de precisión.
Quien se deja entrevistar, y sabe que puede ser manipulado, necesita recordarlo: todo lo que uno dice, si no queda fijado de algún modo, está a merced de la habilidad y la honestidad del entrevistador, o de su falta de competencia o incluso de su falta de honradez. Si luego se hace imprescindible un desmentido (“yo nunca dije eso”), tal desmentido es sumamente vulnerable si faltan las pruebas, si no hay grabaciones…
Es verdad que las grabaciones pueden ser manipuladas. Por lo mismo, también el periodista necesita tener su propia copia de la entrevista. Pero en esas situaciones, si no coinciden dos grabaciones de una misma entrevista, queda patente que algo está mal en todo el asunto.
La enorme atención que algunas entrevistas generan en la gente exige, por lo tanto, un elevado nivel de profesionalidad y aplicar medidas concretas para evitar manipulaciones. Por el bien del entrevistado, por la necesaria profesionalidad en el entrevistador, y por respeto a la gente, que no puede hoy leer el texto de una interesante entrevista y mañana una confusa declaración sobre lo que habría dicho o no habría dicho el entrevistado.