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Tú también ve a mi viña

Reflexión dominical para el 21 de Septiembre de 2014

Comencemos por la oración colecta ya que esa oración suele recoger lo fundamental que nos quiere transmitir la Iglesia en las distintas festividades.

La colecta de hoy nos recuerda lo que constituye el mandamiento fundamental para un cristiano:

“Oh Dios, que has puesto la plenitud de la ley en el amor a ti y al prójimo…”

No olvidemos que la salvación no es para los que han leído, saben, conocen…, sino para quienes viven con fidelidad el amor de Dios en los hermanos.

Sólo así llegaremos “a la vida eterna”, a Dios.

En el Evangelio leemos que Dios nos llama a todos a su viña, al Reino.

A los de la primera hora:

“El Reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada los mandó a su viña”.

De la misma manera fue saliendo a la plaza a media mañana y a medio día.

“Al caer la tarde encontró a otros parados y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron: nadie nos ha contratado. Él les dijo: Id también vosotros a mi viña”.
Sabemos que nuestro querido Papa san Juan Pablo II tomó este texto como hilo conductor para su carta “Los fieles cristianos laicos”, para enseñarnos que Dios es tan bueno que nos llama a todos. No importa ni la edad ni las limitaciones ni siquiera los pecados.

Lo que Dios quiere es únicamente que lo busquemos, aunque sea al anochecer de la vida.

Dios nos invita a todos a ser suyos y a todos sin distinción, nos ofrece el denario de la vida eterna, la posesión del Reino.

Recordemos una vez más que si Jesús no define directamente el Reino será bueno que vayamos recogiendo los detalles que nos ofrece en las parábolas para conocerlo.

Meditemos en algunos detalles.

Dios da la misma recompensa a los primeros que a los últimos.

A primera vista puede parecer injusticia, pero la explicación que Él da es clara. Dios es el dueño y puede hacer lo que quiera con sus bienes.

Pensemos además que no es lo mismo tener asegurada la salvación, como los de la primera hora, que sabían muy bien que tenían segura la comidita del día, que vivir sin la felicidad de poseer a Dios y tener todos los medios de salvación.

Sabemos también que algunos piensan que es mejor divertirse, gozar de la vida y convertirse al final, para poder entrar en la Gloria.

Lo dicen apoyándose en los primeros cristianos que se bautizaban bastante mayores.

Pero hay dos problemas.

No saben cuánto tiempo vivirán. Tampoco saben si Dios les dará el arrepentimiento necesario que esperan caprichosamente.

Lo más sensato para ti es aprovechar hoy mismo para que seas feliz con Dios y con Jesucristo que es la manifestación de la ternura y delicadeza del Padre.

San Pablo escribe hoy desde la cárcel y no sabe si le darán libertad o lo matarán, pero Él conoce que es el gran evangelizador con su palabra y también con su vida y está seguro de que Cristo “será glorificado abiertamente en mi cuerpo sea por mi vida o por mi muerte”.

Él sabe muy bien que su vida es Cristo y una ganancia el morir. Pero es entonces cuando tiene un fuerte problema de conciencia:

“Me encuentro en un dilema. Por un lado deseo partir para estar con Cristo, que es, con mucho, lo mejor; pero por otro quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros”.

Y saca una conclusión práctica para los suyos, fruto de su gran amor a Dios y al prójimo, que es precisamente el tema de hoy:

“Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo”.

Pablo es un ejemplo de los que no fueron a la viña desde el principio. Pero cuando llegó a conocer a Jesucristo, como acabamos de ver, se entregó del todo a Él.

Será bueno que nosotros pensemos:

¿Y quién es Jesucristo para nosotros?

¿Lo necesitamos? ¿Lo buscamos?

El profeta Isaías nos invita: “buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca”.

Y añade que si nos humillamos y cambiamos de vida podremos contar con Él:

“Que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes; que regrese al Señor y Él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón”.

Esta misma idea nos insinúa el salmo responsorial. Como el salmista recordemos cómo es el Señor con nosotros y que siempre podemos contar con Él:

“El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”.

 

José Ignacio Alemany Grau, obispo