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Un dios que habla

Los hombres de todos los tiempos y regiones del mundo han creído en Dios. Es una señal del buen uso de su razón y sentido común. Otra cosa es la imagen que se forman de Dios. Aquí es donde surgen las diferencias entre las religiones. Inclusive los que dicen no creer en Dios, más bien lo que rechazan es la imagen que ellos se han formado de él. No creen en su caricatura, y esto es comprensible, pero su tarea sigue siendo la de buscar al verdadero Dios.

En esta búsqueda también muchos resbalan. Seducidos por la hermosura de lo creado adoran astros, plantas, animales y fenómenos naturales. Intentan reproducir su imagen y así crean ídolos sordos y mudos, que terminan en los museos y en los libros de antropología. Otros más bien se fijan en su interior y divinizan pasiones o virtudes, espíritus o genios, bastante cómicos algunos. Son búsquedas fatigosas de la divinidad para lograr sus favores o apaciguar sus iras. En fin, un variadísimo repertorio de carencias y miserias humanas.

El hombre, al fin creatura de Dios, no se ha quedado sin su ayuda. No puede alcanzar a Dios con su propio esfuerzo, por eso Dios viene a su encuentro. Lo hace del modo más íntimo y personal que tiene, con su Palabra. Esta es la gran novedad. Dios no se revela mediante imágenes muertas, sordas y mudas, sino como un Dios vivo y personal, amigo del hombre. Le sale al encuentro mediante su palabra poderosa y misericordiosa. La primera palabra que pronuncia es para hacerle al hombre una casa: “Dios dijo, y todo existió”. Así de sencillo y maravilloso, como conviene a Dios. Con más cuidado pronuncia después lo que sigue: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”. Así podrá hablar de Tú a tú con él. Y luego le habló de muchos modos por su siervo Moisés y los Profetas, pidiéndole solamente “escuchara su voz” y se dejara acompañar por Él.

Estas palabras fragmentarias culminaron cuando al final “nos habló por su Hijo”. Aquí el tono de voz llega a su máximo esplendor. Esa Palabra creadora y profética se hace de tal manera presente entre nosotros que toma carne y sangre humanas y se llama Jesucristo. La Palabra se hace carne, ser humano, hermano nuestro. No existe osadía mayor. Dios se hace hombre para que el hombre pueda tener acceso a Dios. Así se cierra el ciclo de la búsqueda de Dios. No existe otra palabra salvadora fuera de Jesucristo, el Emanuel, Dios con nosotros. Es el Evangelio que anuncia la Iglesia.

Esta palabra no es mero sonido sino contenido. Los hebreos la llamaban dabar, que implica poder, acción, realidad; los griegos la llamaron logos, que habla de pensamiento, inteligencia y razón. Jesucristo es la Palabra poderosa y razonable de Dios, presente en la humildad de nuestra carne. Así es el cristianismo. Es una palabra llena de poder –performativa dicen ahora-, que hace lo que promete, transforma la realidad y crea esperanza. Está llena de Espíritu Santo. Es también una palabra razonable, que habla al corazón y a la inteligencia humana y colma sus anhelos. No impone, sino que propone la salvación. La acepta el hombre de mente abierta y apacible corazón. En ella se funda la Iglesia y de ella vive. Es su alimento y la fuente de vida espiritual, capaz de dar la herencia a los elegidos. A la luz de esta divina palabra el hombre conoce el misterio de Dios y esclarece su propio misterio. Tiene a la mano la salvación.

+ Mario De Gasperín Gasperín