Hay periódicos y medios de información que dejan un amplio espacio a numerosas críticas a la Iglesia católica. Así, publican análisis y opiniones contra los dogmas de la Iglesia, su historia, su estructura, su disciplina, sus miembros.
En esos medios encontramos textos que niegan la divinidad de Cristo, que acusan a la Iglesia de defender posiciones morales contrarias a los valores de nuestro tiempo, que denuncian sus escándalos (reales o imaginarios), y un largo etcétera.
Lo sorprendente es que en algunos de esos medios informativos se alaban propuestas que promuevan “aperturas” y novedades en la Iglesia. Por ejemplo, que se dé la comunión a los divorciados, que se acepten las relaciones prematrimoniales, que se declare bueno el aborto, que se permita el matrimonio de los sacerdotes…
¿Por qué sorprende? Porque resulta extraño que se defienda el acceso a la Eucaristía a los divorciados en un periódico donde muchos articulistas no creen que Cristo esté presente en ese sacramento.
¿Es que tiene sentido que defienda el “derecho” a recibir el Cuerpo de Cristo en la misa quien no cree que en la misa está realmente presente el Señor? Y si alguien cree que Cristo es Dios y que vive y actúa en la Iglesia católica, ¿por qué no va a misa los domingos?
Alguno tal vez piense que cierta “prensa laica” busca, al defender el acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar, garantizar un derecho de las personas a satisfacer sus deseos. Pero si un deseo se orienta a algo falso o incluso injusto, ¿tiene sentido satisfacerlo y defenderlo como “derecho”? ¿Hay algún periodista que defienda, sin incurrir en el ridículo, el “derecho” a entrar en las heladerías y tomar helados sin pagar si alguien así lo desea?
La insistencia de algunos medios a favor de cambios en la Iglesia no tiene sentido si no hay un auténtico aprecio hacia esa misma Iglesia. Porque si uno piensa que la Iglesia es anacrónica y falsa, ¿por qué presionar para que cambie? Lo lógico sería combatirla, como hicieron, con coherencia llena de sangre e injusticia, muchos dictadores. Pero pedir que cambie para contentar al mundo es, simplemente, absurdo.
Mientras grupos de presión buscan por mil caminos que la Iglesia cambie sin apreciarla y sin creer en ella, los verdaderos católicos la acogen y la aman desde una certeza que ilumina sus corazones: Cristo fundó esa Iglesia hace casi 2000 años, y esa Iglesia ofrece a quienes lo deseen un mensaje de salvación, de esperanza y de amor auténtico que da sentido a la vida presente y que nos prepara para el encuentro eterno con Dios en el más allá.