En Génova vivió una mujer a la que Dios quiso confiarle serias revelaciones a partir de una experiencia mística personal en la que le permitió padecer y entender, con extraordinaria claridad, en qué consisten las penas de las almas del purgatorio.
Las experiencias de santa Catalina Fieschi consistieron en que ella -en vida y en nuestro mundo- fue puesta por Dios en el purgatorio del fuego del divino Amor, que la purificaba de todo cuanto en ella debía purificarse, a fin de que cuando muriese pudiera presentarse de inmediato ante Él. Así, ella pudo comprender -en su alma- el estado en que se encuentran las almas del purgatorio y cómo quedan purificadas de toda culpa de pecado. Con todo, Catalina era muy feliz, pues aunque vivía puesta en el purgatorio, precisamente porque experimentaba el amoroso fuego estaba unida al Amor divino que le daba felicidad por todo lo que el Señor hacía en ella.
Catalina nació en Génova en 1447, murió el 15 de septiembre de 1510 a los 63 años de edad, y fue canonizada por Clemente XII en 1737. Sus padres, Jacobo Fieschi y Francesca di Negro, eran de familias nobles. Los papas Inocencio IV y Adriano V pertenecieron a la familia Fieschi.
En su “Tratado del Purgatorio”, santa Catalina explica que en las almas del purgatorio hay un gozo inmenso, parecido al del cielo, y un dolor inmenso, semejante al del infierno; y que el uno no quita el otro. También refiere cómo las almas, tras la muerte corporal, se dirigen a su justo destino:
-El alma que va al infierno.- “Así como el espíritu limpio y puro no encuentra otro lugar sino Dios para su reposo, pues para ello ha sido creado, del mismo modo el alma en pecado no tiene para sí otro lugar que el infierno, que Dios le ha asignado como su lugar propio. Por eso, en el instante en que el espíritu se separa de Dios, el alma va a su lugar correspondiente, sin otra guía que la que tiene la naturaleza del pecado. Esto sucede cuando el alma sale del cuerpo en pecado mortal. Y si el alma en aquel momento no encontrara aquella ordenación que procede de la justicia de Dios, sufriría un infierno mayor de lo que el infierno es, por hallarse fuera de aquella ordenación que participa de la misericordia divina, que no da al alma tanta pena como merece. Y por eso, no hallando lugar más conveniente, ni de menores males para ella, se arrojaría allí dentro, como a su lugar propio”.
-El alma que va al purgatorio.- “El alma separada del cuerpo, cuando no se halla en aquella pureza en la que fue creada, viéndose con tal impedimento, que no puede quitarse sino por medio del purgatorio, al punto se arroja en él con toda voluntad. Y si no encontrase tal ordenación capaz de quitarle ese impedimento, se le formaría un infierno peor de lo que es el purgatorio, viendo ella que no podía unirse, por aquel impedimento, a Dios, que es su fin. Este fin le importa tanto que, en comparación, el purgatorio le parece nada, aunque se parece al infierno”.
-El alma que va al cielo.- “El paraíso no tiene por parte de Dios ninguna puerta, sino que allí entra quien allí quiere entrar, porque Dios es todo misericordia, y se vuelve a nosotros con los brazos abiertos para recibirnos en su gloria. Dios es de tal pureza y claridad, mucho más de lo que el hombre pueda imaginar, que el alma que en sí tuviera una imperfección que fuera como una mota de polvo, se arrojaría al punto en mil infiernos, antes de encontrarse ante la presencia divina con aquella mancha mínima. Entendiendo que el purgatorio está precisamente dispuesto para quitar esa mancha, allí se arrojaría, pareciéndole hallar una gran misericordia, capaz de quitarle ese impedimento”.
El cuerpo de santa Catalina de Génova reposa, incorrupto, en la iglesia de la Annunziata de Portoria, en Génova, Italia. El sábado 8 de noviembre me acerqué al féretro de cristal que contiene su cuerpo fino, callado, santo; le presenté mi deseo de conocerla y le pedí dos favores. Unos minutos después, una mujer que me obsequió unas estampas, un libro y unas medallas de santa Catalina. Regresé ante su cuerpo, toqué las medallas al cristal, le manifesté mi sorpresa por su inmediata respuesta y volví a pedirle que me obtuviera del Señor esos dos favores. En menos de tres horas uno de ellos se vio cumplido; el otro sigue confiado a la poderosa intercesión de santa Catalina de Génova, la Santa del Purgatorio.
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