Inspirado en un texto de San Pablo, el Papa Benedicto XVI escribió su segunda encíclica titulada “Salvados en Esperanza”. Allí nos recuerda que, según la fe cristiana, la redención, la salvación, no es simplemente un dato de hecho, una verdad, sino que esta realidad de la salvación se nos ofrece en cuanto que tenemos esperanza. Es una esperanza fiable y poderosa, gracias a la cual podemos afrontar nuestro fatigoso camino hasta llegar seguros a la meta, la salvación. Conseguiremos la salvación porque tenemos esperanza. ¿De qué esperanza se trata? La Iglesia nos responde en su liturgia con este tiempo de Adviento.
Jesucristo fue el único hombre cuyo nacimiento fue anunciado. Él es el anunciado y esperado en Israel y deseado por todas las naciones. La promesa que Dios hizo a Abraham de bendecir mediante su descendencia a todas las naciones de la tierra, se cumplió en Jesucristo. Todo el Antiguo Testamento es como una grande profecía que busca ver cumplida esta promesa. Es el tiempo de la promesa y de la esperanza. Fueron Moisés y los Profetas quienes mantuvieron firme esta esperanza salvadora, aunque como en tinieblas y brumas, dirá san Pedro.
Muchas veces esta esperanza fue fallida. Pensó Israel que la sola presencia de Dios en medio del pueblo bastaba para librarlos de sus enemigos, sin corresponder con la observancia de los mandamientos; pretendieron agradar a Dios solo practicando los rituales del culto, sin cambiar su torcido corazón; trataron también de construir el reinado de Dios con sus fuerzas y su poder, sin contar con la ayuda de Dios. En todo esto torcieron su esperanza, pero Dios los fue educando y corrigiendo, y mantuvo la promesa hecha a Abraham y la lámpara encendida de David.
Dios llevó a cabo su proyecto y cumplió su promesa eligiendo a los pobres y sencillos para que de allí brotara el Salvador. Esos pobres de Dios se llamaban María, José, Isabel, Zacarías, Juan, Ana, Simeón, los pastores; de entre ellos nació el Salvador, pobre también él. Este es el Dios que nos salva y el que sostiene nuestra esperanza de salvación.
La palabra esperanza va siempre emparentada con la fe. A veces, se confunden. Por la fe creemos, es decir, aceptamos a Dios en nuestra vida, y por la esperanza estamos seguros que él cumplirá sus promesas. Lo que promete, eso es lo que esperamos. Si lo aceptamos como Salvador, él ciertamente nos salvará. Es importante saber en qué salvador creemos, y qué es lo que de él esperamos, pues podemos equivocarnos como sucedió a Israel. Un falso dios y una engañosa esperanza no nos pueden salvar. La salvación consiste en conocer al único Dios verdadero, y a su enviado a Jesucristo. Es necesario cambiar nuestros ídolos y nuestras mezquinas esperanzas, por el Dios verdadero.
El Papa cita en su carta a san Pablo quien, en su carta a los Efesios, les dice que “antes del encuentro con Cristo, estaban sin esperanza, porque estaban en el mundo ´sin Dios´. Ciertamente esos paganos tenían muchos dioses, pero ignoraban al Dios verdadero”, y por eso su esperanza era falsa. No era verdadera esperanza. Agrega el Papa: “Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa tener esperanza”. A los que recibimos la fe en la familia, se nos hace fácil pensar que creemos en el Dios vivo y verdadero, pero también nos podemos engañar con ídolos y esperanzas falsas. La liturgia del Adviento nos describe al Dios verdadero que esperamos los cristianos. Puede ofrecernos sorpresas, pues va de por medio nuestra salvación.
+ Mario De Gasperín Gasperín