Un acontecimiento importante. Urge recoger informaciones en torno al mismo. Los buscadores de Internet trabajan intensamente. Los periodistas empiezan a atar cabos y a planear sus artículos.
En ocasiones, el trabajo de un periodista lleva a la creación de un mito. Porque a través de evidenciar palabras relacionadas entre sí, un artículo puede establecer conexiones entre hechos que, en realidad, se basan en conjeturas o hipótesis sin ningún fundamento objetivo.
Aquel libro habrá sido la causa de este importante paso diplomático. Esa inversión del pasado está a la base del derrumbe de un banco. Las actas del congreso de la década precedente desvelan el plan maquiavélico que hoy dirige las estrategias del partido en el poder.
Las conjeturas resultan estimulantes, pero son solo eso: conjeturas. La realidad, la dura realidad, no está en las conexiones que saltan a la vista en cuanto a los temas semejantes, sino en un profundo estudio sobre el decurso real de los hechos.
Una vez publicado, el mito corre veloz. Es fácil tejerlos y venderlos. Con el deseo de saber lo que hay detrás de aquel atentado o de esta crisis política, muchos acogerán el mito por la racionalidad (aparente) que encierra.
Un buen periodista, sin embargo, no se detiene en los mitos. Ni los crea, ni los acoge, ni los amplifica. Simplemente, observa, distingue claramente entre lo que conoce y lo que está a oscuras. Luego, expone hechos, y reflexiona serenamente sobre los mismos.
La creación periodística de mitos puede hacer mucho daño, sobre todo porque aparta de la realidad. Por lo mismo, tener un espíritu crítico para denunciar lo que no tiene fundamento y para escoger medios informativos serios y equilibrados, ayudará, por un lado, a liberarse de mitos engañosos; y, por otro, a disponerse mejor para nuevas búsquedas sobre las causas verdaderas de aquellos hechos que explican buena parte de la historia humana.