Conflictos los ha habido siempre, los hay y, por desgracia, es muy probable que aparezcan nuevamente en el futuro. Los puntos de vista son tan diferentes que resulta casi inevitable un choque de opiniones y muchas discrepancias a la hora de tomar decisiones.
Al mirar la historia de la Iglesia, saltan a la vista los conflictos incluso entre los apóstoles, para ver quién ocuparía el primer puesto. Luego, en los Hechos de los apóstoles, se narra la tensión entre creyentes de tradición judía y de lengua griega, o entre Pablo y Bernabé. No podemos olvidar el famoso choque entre el Apóstol de las gentes y el primer Papa, san Pedro, narrado por el mismo Pablo en la Carta a los Gálatas.
Con el pasar de los siglos, los conflictos han seguido adelante. Por motivos doctrinales, de disciplina o de otro tipo; por incomprensiones humanas, injusticias y luchas de poder; por envidias, por avaricias, por miedos, por diferentes ideas en lo social o en lo político…
Gracias a Dios, en medio de tantos momentos de crisis, ha habido, hay, y esperamos que habrá, hombres y mujeres que ayudan a la reconciliación, que buscan puntos de convergencia, que perdonan y olvidan las ofensas, que tienden una mano para promover y reconstruir la unidad en la misma Iglesia católica.
¿En qué lado se pone cada uno? Es cierto que un problema en la parroquia crea divisiones, incluso, en casos extremos, odios y deseos de venganza. Pero, ¿de verdad uno es cristiano si no sabe perdonar? ¿No llega el momento de mirar más allá de los errores de unos o de otros para recuperar la paz de Cristo entre todos?
Es triste ver a los católicos que luchan entre sí, tras las sombras de una sacristía o en los espacios públicos de un Internet accesible a todos. Por eso, cuanto antes, hay que dirigir la mirada a Cristo, para suplicarle el don de la paz, de la concordia, del perdón y de la armonía.
Sólo somos creíbles si acogemos sin condiciones la Verdad que viene de Cristo y si vivimos como Él nos enseñó: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13,35).