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No discutas con un necio

No discutas con un necio. Perderás el tiempo. No discutas con un soberbio. Perderás la calma. No discutas con un manipulador. Acabará por destrozarte. No discutas con un hipócrita. No sabrás nunca lo que realmente piensa.

Es cierto que a veces uno cree que con argumentos será posible convencer al otro. Pero cuando el otro se cierra en su punto de vista, cuando no quiere escuchar, o cuando todo lo tuerce para conseguir las metas que él ya tenía previstas, la discusión pierde su sentido.

Por eso, antes de lanzarse a discutir, hay que preguntar: ¿valdrá la pena? ¿Es posible establecer puentes de comunicación? ¿Existen señales de apertura y aptitudes para la escucha? Según las respuestas será posible acometer un nuevo intento, o habrá que reconocer que es mejor retirarnos para emplear el tiempo en causas más productivas.

Vale aquí el famoso consejo que san Pablo dirige a Timoteo: “conjura en presencia de Dios que se eviten las discusiones de palabras, que no sirven para nada, si no es para perdición de los que las oyen” (2Tm 2,14). O lo que ya antes encontramos en el libro de los Proverbios: “El odio provoca discusiones, el amor cubre todas las faltas” (Pr 10,12 13).

La vida es breve. El tiempo escaso. Al dejar discusiones con quienes están cerrados a la verdad, liberaremos minutos preciosos y los podremos invertir con provecho en el diálogo con quienes tienen mentes y corazones disponibles a la escucha y deseosos de la verdad y la concordia.