La carta encíclica del Papa Francisco titulada “Alabado seas, mi Señor” se refiere a nuestra relación con toda la creación, obra de Dios. Quiere hacernos pensar. Pensar como seres racionales, responsables, solidarios y creyentes para actuar en consecuencia. Porque, hasta ahora, hemos sido simples depredadores, producto de nuestra ambición y de la inconciencia. Nos hemos creído dueños absolutos de la creación y la expoliamos sin piedad, sin darnos cuenta que estamos cavando nuestra propia sepultura. La violencia egoísta que llevamos en el corazón se refleja en el aire contaminado, en el agua envenenada, en la tierra desertificada y en los alimentos dañinos que consumimos. El Papa nos invita a reflexionar lo que está pasando “en nuestra casa común” y a tomar “dolorosa conciencia” de la situación para “convertir en sufrimiento personal” los dolores de la creación y reconocer así cuál es la contribución que nosotros podemos aportar.
De entrada, debemos reconocer que el problema atañe a todos. Nadie se escapa. Es problema común porque se trata de la casa común, porque todas las cosas fueron dadas al hombre en su totalidad. Por eso hablamos del “destino universal de los bienes”. Estamos acostumbrados a delegar tareas en los gobernantes o dirigentes de las naciones, y esto nos ha empequeñecido como seres humanos responsables. Le sacamos el bulto a las responsabilidades comunes y otros se aprovechan y se reparten el botín, menospreciando a la comunidad y dañando a la misma humanidad.
El Papa nos llama a la responsabilidad común mediante la participación activa y consciente en el destino de los bienes de la creación, y al mismo tiempo nos advierte que si no lo hacemos nosotros nadie lo va a hacer en nuestro lugar. Ni los políticos ni los empresarios. Oigamos su afirmación: “Llama la atención la debilidad de la reacción política internacional. El sometimiento de la política ante la tecnología y finanzas se muestra en el fracaso de las Cumbres mundiales sobre el medio ambiente” (No 54). Los políticos a nivel mundial y mucho más a nivel nacional, están condicionados por los intereses financieros de los empresarios, tecnócratas y publicistas. Éstos les imponen sus condiciones para la inversión y producción de bienes. Además, las acciones que deben emprenderse muchas veces son molestas, o no comprendidas por la ciudadanía, y esto les genera pérdida de simpatías, de aceptación pública y hasta de la función pública. Por eso, muchas de sus reuniones, propuestas y acuerdos no pasan de ser meros actos de maquillaje, ilusorios y demagógicos. Así se conjugan nuestra común falta de responsabilidad ciudadana con los intereses exorbitantes y mezquinos de los capitales y las actitudes engañosas de las políticas públicas. El resultado doloroso es que el planeta tierra sufre y se deteriora, y poco a poco se va muriendo y nosotros necesariamente con él, aunque finjamos no darnos cuenta. Si logramos sobrevivir, en peores condiciones lo harán las futuras generaciones.
En este contexto y sobre el tema ambiental vamos a escuchar múltiples y variadas opiniones de nuestros acostumbrados opinantes, la mayor parte de primer rebote. Otros quizá un poco más enterados pero no menos interesados, sin faltar las afirmaciones adversas y abiertamente hostiles. Los más afectados procurarán echar a dormir el asunto y seguir como estamos, pensando que la técnica o el mercado resolverán las cosas por sí mismas. Los medios de comunicación son buenos adormecedores. Ahora nos dicen no sólo qué hacer sino cómo pensar, y así nos ahorran no sólo las respuestas sino hasta las preguntas. El Papa nos pone a pensar. Ojalá seamos de ésos.
+ Mario De Gasperín Gasperín