El mundo está lleno de emergencias: en la economía y en la política, en la familia y en la educación, en el clima y en la agricultura. Emergencias y más emergencias, incluso en el propio hogar: no hay dinero para llegar a final de mes, o ya no queda aceite en el coche…
Ante tantas emergencias, hay que ponerse a trabajar. No tiene sentido sentarse pasivamente ante lo que ocurre, ni vivir en quejas amargas. Dios nos ha dado una mente para pensar y ver de frente los problemas, y una voluntad para decidir: ¡manos a la obra!
Pero por más que nos lancemos frenéticamente a arreglar el mundo cercano o el mundo lejano, por más que luchemos para frenar el calentamiento global o la corrupción local de los políticos, no podemos olvidar una de las enseñanzas fundamentales de la Biblia: “Si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los constructores; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas” (Sal 127,1).
Por eso, a la hora de afrontar tantos problemas, urgentes, dramáticos, necesitamos primero rezar para analizarlos correctamente, para tener un corazón prudente y decidido, y para alcanzar la necesaria fortaleza que nos permita romper miedos y ponernos a trabajar.
Luego, necesitamos recordar que los resultados no están en nuestras manos. Hay cosas que haremos mejor, otras habrá que corregirlas de inmediato. Pero una mejora en el mundo, un avance del bien, sólo será posible desde la acción de Dios.
Muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo ya no piensan en la providencia divina. No creen que Dios, realmente, está activo en el mundo y en la historia. En realidad, sólo tiene sentido el esfuerzo por el bien y la justicia desde la esperanza, desde la certeza, de que Dios existe y actúa continuamente.
Dios es un Padre, y un Padre vela por sus hijos. Da la lluvia y el sol, protege y levanta. Cura y perdona. Camina a nuestro lado. También cuando decidimos alejarnos y pecamos, sabe esperar y ofrece señales para que volvamos a Él.
Sólo cuando nos dejemos abrazar por Dios y confiemos, descubriremos lo mucho que hizo en el pasado y lo mucho que hace en el presente. Mejor aún: seremos capaces de reconocer que ya hizo lo único importante: darnos a su Hijo, fundar su Iglesia, ofrecernos el Reino, abrirnos las puertas del cielo.
Todo lo demás pasa. Solo el Amor queda. La providencia es el modo concreto con el que el Amor interviene, a veces de modo sorprendente, en este mundo de hijos necesitados de una esperanza, una misericordia y un consuelo que sólo puede venir de un Padre bueno y cariñoso.