Los obispos de México estamos reunidos en la acostumbrada semana de formación permanente en Monterrey, ahora para reflexionar, dialogar y orar acerca del “perdón y la reconciliación”, dada la situación de tantas personas, familias y pueblos heridos por diferentes circunstancias, sobre todo por los secuestros, robos, asesinatos y demás signos de violencia, que provocan coraje, rabia y deseos de venganza.
Es importante centrarnos en los que han sido víctimas de la violencia; pero también en quienes han sido los victimarios, o sea los agresores.
Ahora bien, más que hacer un estudio teórico y un juicio crítico de los demás, los obispos estamos viviendo un proceso afectivo y operativo al respecto. Se trata de que nos preparemos y capacitemos más para ayudar en el perdón y la reconciliación; pero quien no está sanado en su corazón, se debilita para ayudar a otros. De modo que estamos enfocados en atender nuestras propias heridas, cuando nos hemos sentido víctimas… y también cuando hemos sido agresores. O sea cuando nos hemos sentido ofendidos y cuando hemos ofendido.
Todo ha de ser visto en la perspectiva de pasar de la oscuridad a la luz. Perdonar no es un sentimiento bondadoso, de espíritu bonachón, sino una decisión: puedo – quiero – elijo – me decido a perdonar.
Pero hemos de reconocer que no sólo es irracional la violencia, sino también el acto del perdón. O sea que van más allá de la razón. De modo que de la irracionalidad de la violencia hay que pasar a la irracionalidad del perdón.
La guerra inicia en el corazón de las personas. Ahí debe nacer la decisión de construir la paz.
El proceso para llegar a la paz es lento, delicado, exige mucho, pero también da mucho: Primero, honrar profundamente el dolor de la persona que ha sido víctima. Segundo, construir y reconstruir la verdad. Tercero, promover la justicia restaurativa. Cuarto, hacer reparación del daño. Quinto, llegar a la suficiente garantía de no repetir la ofensa. Sexto, vivir el proceso del perdón y la reconciliación.
Los frutos del proceso han de ser sanar del resentimiento, la rabia, el deseo de venganza. Desde luego, hay que tener en cuenta que nos movemos en medio de la corrupción, la cual nos aleja de la verdad, y también en medio de la impunidad, la cual nos aleja de la justicia. En esas circunstancias adversas, sin embargo es posible vivir y avanzar el proceso de la paz cuando se llega al perdón y la reconciliación.
“¿Hasta cuántas veces tengo que perdonar?” Le pregunta Simón Pedro a Cristo Jesús, quien responde: “hasta setenta veces siete”, o sea siempre. Esta apertura de Jesús no debilita los frutos del perdón, no aleja de/sino que acerca a la garantía de no repetición de la ofensa. En otras palabras, con este proceso el mismo criminal y agresor llega a convertirse en constructor de paz.