Hay quienes dejan de leer ciertos textos o de escuchar a otros con una descalificación generalizada. Dicen: esta persona es de tal grupo, se parece a aquellos fundamentalistas, escribe en lugares poco reconocidos, presume de amistades nada recomendables.
De un plumazo, se rechaza cualquier diálogo sobre lo que otros dicen o piensan. Es un modo fácil para evitar el debate, para confrontarse con puntos de vista diferentes del propio. En ocasiones, también es una necesidad: no hay tiempo que perder con “este tipo de personas”.
Pero ocurre que así podemos perder, de un plumazo, perspectivas y datos que tengan algún valor. Aristóteles ya decía en su tiempo que es imposible equivocarse del todo. En medio de errores evidentes o de actitudes agresivas, se esconden pequeños o grandes tesoros de verdad.
Por eso, antes de eliminar al otro del horizonte de la propia mente, conviene reconocer que él, como yo, tiene su pequeña historia y sus “verdades”. Quizá incluso, con una humildad que tanto ayuda, tendríamos que analizar si no tendremos errores y perspectivas que nos impiden captar lo verdadero que puedan ofrecer otros seres humanos.
No podemos eliminar de un plumazo a tantas personas que desean abrir su corazón y compartir perspectivas muchas veces enriquecedoras y estimulantes. La actitud empática permite construir puentes y ver hasta dónde podemos intercambiar dones de pequeñas o grandes verdades.
Vale la pena, por lo tanto, un sano esfuerzo por dialogar. Si luego la situación llega a ser insostenible, reconoceremos que ha llegado el momento de dar un adiós respetuoso y dolorido. Al menos guardaremos en el corazón la certeza de haber dado un paso hacia la escucha. Lo cual, en un mundo lleno de descalificaciones y de sorderas, tiene un valor incalculable…