Justo ahora que me dispongo a escribir, en esta determinación para compartir mis pensamientos, pienso en lo temerario que resulta escribir sobre lo inexplicable, sobre la experiencia de Dios. ¿Quién se atreve?
San Juan de la Cruz, fraile carmelita español del siglo XVI, utilizando las palabras como un sabio herrero, armando frases, fundiendo bellamente significados, poniendo al fuego metáforas, nos ha presentado en sus obras literarias, un hermoso diseño de forja que quiere mostrar con palabras, lo que las palabras no pueden expresar. Aunque no entendemos esta obra de arte, la disfrutamos y nuestro espíritu puede acercarse al misterio de Dios.
Todos, de una forma u otra, lo reconozcamos o no, hemos vivido una experiencia de Dios, donde no sabemos qué paso, pero sabemos que Dios ha pasado y nos ha tocado, nos ha dejado ver un atisbo de su imagen que nadie ha visto jamás, solo su Hijo. En esos instantes, cuando el fuego hace arder nuestro corazón como el de los apóstoles al caminar a Emaús, quisiéramos mirar al que camina al lado para decirle: “He visto al Señor”, aunque sabemos que esto es imposible mientras vivamos. Pero la experiencia es tan real, que sabemos que al menos, hemos visto su sombra, como pedía humildemente ver Elías, o hemos sentido su brisa. El entendimiento se ofusca, la razón pide razones y el corazón entiende verdades.
Es Dios quien ha tocado nuestras vidas, es Él quien se manifiesta en tantos momentos y en algunos muy marcados, muy evidentes, pero como es Dios, no podemos hacer un retrato ni una narración de lo sucedido. Podríamos tratar de imitar a San Juan de la Cruz, utilizando figuras literarias para compartir con otros lo vivido, pero el camino de santidad de este Doctor de la Iglesia posiblemente se nos haga inaccesible, más bien tenemos que aceptar que la certeza de que “he visto al Señor, he tocado su manto, ha mojado mis ojos con su saliva”, se quedará dentro y solo podremos comparar pobremente la grandeza de esa experiencia con las más extraordinarias estampas que hayamos visto en nuestras vidas, con símbolos tomados de la mayor belleza que hay dentro del ser humano y de la naturaleza.