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Vocación a la imitación de Cristo

Esta vocación tiene tres elementos: la llamada por Jesús; la respuesta de los llamados y la misión para la que son llamados.

  1. Cristo llama a cada uno. Así como llamó a cada uno de sus apóstoles, se dirige también a cada ser humano, sacerdote o laico, contemporáneo de Jesús o posterior a Él.

En nuestro bautismo fuimos llamados, por primera vez, a la imitación de Cristo. Y desde entonces, Dios repitió y renovó esta vocación muchas veces y de muchas maneras.

Ciertamente, Él no da a todos la vocación de seguir a Cristo como los apóstoles y discípulos, como los sacerdotes y religiosos, que ponen a su servicio todo lo que son y tienen. A muchos Dios los llama a la vocación de laicos.

Y si los dos grupos se distinguen entre sí respecto a sus tareas y responsabilidades específicas, son iguales en cuanto a la actitud fundamental de entrega por la fe y la caridad, de deber ser imitadores de Cristo. En el fondo, toda la predicación de Jesús es invitación para seguirle.

  1. Dios espera una respuesta libre a su llamada. Un compromiso de corazón y de toda la vida, con una adhesión de fe y de obediencia. No siempre el hombre es consciente tan inmediatamente en la vocación. Muchas veces tiene miedo y trata de rehuirla, como algunos de los profetas. Porque con frecuencia la vocación aparta al hombre llamado y hace de él, un extraño entre los suyos. También de cada uno de nosotros Dios espera una respuesta adecuada

Cada día de nuevo tenemos que dar nuestra respuesta a la llamada de Dios, aún cuando no la entendamos, aún cuando nos cueste aceptarla. Y lo que más nos cuesta aceptar, en nuestra vida, son sufrimiento y cruz. Sin embargo es Dios mismo el que manda o lo permite.

Por eso, si nuestro seguimiento de Cristo es auténtico o no, se decide en la aceptación de nuestra cruz.

Si rehusamos nuestra respuesta a esta llamada personal de Dios no se puede lograr nuestra vida cristiana.

  1. Si Dios llama, es para confiar una misión. Toda vocación lleva inherente una misión. También cada uno de nosotros, sacerdote y laico es llamado por Dios para una misión personal. Ella se distingue de la de los demás, según profesión y responsabilidades de cada unos.

Y para cumplir esa misión, el laico ha de actuar en el lugar en que Dios los ha colocado, dando allí su testimonio, trabajando en el engranaje de su oficio, en medio de las circunstancias siempre diversas.

Así el laico tiene que saber hacer de su vida profana parte integrante de su vida religiosa. Él no debe buscar la religión después de la tarea o fuera de ella, sino penetrándola en profundidad hasta alimentarse del espíritu que se encierra en ella. En los planes de Dios con este mundo, cada hombre tiene su valor y significado, y forma parte del todo.

  1. Para vivir fielmente nuestra vocación propia a la imitación de Cristo, esa misión particular y personal, hay que tomar el molde siempre nuevamente en Cristo. Así en las cuestiones y situaciones de nuestra vida, nos ponemos ante el Maestro y nos preguntamos qué hizo Él y qué haría en una situación semejante.

O miremos a la Sma. Virgen, que es la imagen ideal en la imitación de Cristo, sobre todo para la mujer. O tomemos por modelo a los santos que realizaron la vida de Cristo en su tiempo. Así nos sentimos en comunión con todos los hermanos en Cristo que quieren seguirle.

Preguntas para la reflexión

  1. ¿Quién de nosotros reflexionó ya, alguna vez, sobre la misión personal que Dios tienen para él?
  2. ¿Estamos nosotros siempre abiertos y atentos para sus llamamientos, para sus inspiraciones y exigencias?
  3. ¿Nos dejamos conducir por Dios en el camino que Él quiere y en el que Jesucristo nos precedió?

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