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Dar la paz

“La paz es un don de Dios, pero confiado a todos los hombres y a todas las mujeres, llamados a llevarlo a la práctica”. Con estas palabras acaba Francisco el primer párrafo del Mensaje para la Jornada de la Paz que se celebra el 1 de enero, como cada año desde que lo instaurara Pablo VI en 1968.

Existen bienes que disminuyen cuando se comparten porque son limitados, materiales. Por eso, porque no son infinitos, tenemos la tentación de atesorarlos para asegurar su posesión futura. Son bienes que se consumen y que al utilizarlos, o al darlos, los perdemos. Algunos son necesarios para vivir en la sociedad actual, pero no podemos fijar nuestra esperanza en ellos porque siempre están fuera de nosotros, y unas veces vienen y otras se van.

Sin embargo hay bienes que actúan de manera milagrosa porque se multiplican al ser compartidos y cuanto más me desprendo de ellos, cuando más los cedo, más los poseo. Son bienes que no se consumen, sino que se consuman, con su donación. La paz es uno de esos bienes que sólo puedo poseer si permito a los demás que la disfruten conmigo. En la Eucaristía, justo antes de la Comunión, la damos y la recibimos, expresando la unidad del Cuerpo de Cristo, que nace y se hace en el sacramento.

El Papa nos recuerda que, al igual que en Misa el gesto no es un mero artificio, sino que tiene un profundo significado ante el no podemos permanecer indiferentes, en la vida cotidiana la indiferencia hacia los demás, hacia su sufrimiento, hacia el dolor ajeno, es nuestra principal responsabilidad por el mal: “la indiferencia busca a menudo pretextos: el cumplimiento de los preceptos rituales, la cantidad de cosas que hay que hacer, los antagonismos que nos alejan los unos de los otros, los prejuicios de todo tipo que nos impiden hacernos prójimo.” Dar la paz, construirla, convocarla, comienza por no permanecer indiferentes, por acercarnos a los demás y hacerles llegar, como decía Francisco a mediados de diciembre, “un poco de la ternura de Cristo”.