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La alegría pascual y el Espíritu Santo

Existen momentos en la vida de suma alegría sobre todo cuando se celebran acontecimientos felices que involucran nuestra persona, nuestra familia, comunidad o nación. Quisiéramos que ese gozo nunca se terminara; rara vez se puede celebrar una semana, como las fiestas de matrimonio entre los purépechas. Nos conformamos con alargarlo previamente a la víspera y quizá un día más con el “tornaboda”. No es así con la celebración de la Pascua de Cristo resucitado en la Iglesia. Porque “estaba muerto y ya ves, vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la Muerte…”, leemos en el Apocalipsis (Ap 1, 18).Celebramos la alegría pascual cincuenta días previos a Pentecostés, aunque debería de ser toda la vida. De aquí el nombre “pentecostés” que significa exactamente, cincuenta días en griego, de gozo pascual y de preparación para celebrar la comunicación del Espíritu Santo, acontecido en la iglesia primitiva, narrado por el libro de los Hechos de los Apóstoles, que más bien se debería de llamar de los hechos de Pedro y de Pablo.

La alegría pascual constituye la relación de gozo de un nuevo tipo de presencia de Jesús en su Iglesia que debe de ser celebrada, y diría yo, sentida en lo profundo del corazón; es una nueva vida iniciada en el bautismo, completada en la confirmación y en la eucaristía. Esa experiencia ha de ser plena; ya se tiene la dimensión sacramental, falta que esta nueva vida se desarrolle por la presencia y la acción del Espíritu Santo para que lleguemos  a ser mesías con el Mesías, cristos con Cristo. El Espíritu Santo es como el alma de la Iglesia y el alma de cada cristiano. Vivifica la operatividad del organismo sobrenatural: las virtudes teologales, la fe, la esperanza, la caridad, toda virtud, y por supuesto, los dones y frutos del Espíritu Santo.  El Espíritu Santo es el don de Cristo resucitado. El hace posible la eficacia de los sacramentos e incluso ora en nuestro interior de modo inenarrable, produce el gozo más grande y anticipa el cielo, participación en la comunión de amor con las divinas personas y los bienaventurados. El mismo es el “Beso” y el “Abrazo” entre el Padre y el Hijo, como hermosamente lo llama san Agustín; es el amor personal entre el Padre y el Hijo. Nos es participado, así como Amor mutuo. El gozo pascual, es el Gozo con mayúscula comunicado por la relación con Cristo viviente, resucitado, el mismo Espíritu Santo, persona Regalo, fruto de su entrega plena. Pascua de Cristo y Espíritu Santo se han de unir en el corazón como vínculo indisoluble. Así es en la realidad del misterio, así tiene que ser concientemente vivido: es la  Caricia permanente de “Aquél que era, que es y va a venir” (Ap 1,4).