Uno de aquellos días en los que Jesús caminó por nuestro mundo, el evangelista san Marcos refiere que “se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaron: -¿Puede el marido repudiar a la mujer?”. Jesús les respondió que los esposos “ya no son dos, sino una sola carne” y agregó: “Lo que Dios unió, no lo separe el hombre”.
Los discípulos, sorprendidos por la firmeza de su respuesta, pensaron que podrían discutir con Jesús el asunto del matrimonio con más confianza y a solas con él, así que al volver a casa, le preguntaron nuevamente sobre el asunto. En esta ocasión, la respuesta del Señor fue contundente y definitiva: “Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio”.
Si en la primera respuesta de Jesús no cabe la duda, la segunda respuesta es indiscutible por tres principales razones: es contundente, es Sacramento, es Palabra de Dios. El matrimonio, pues, es indisoluble, y este carácter de indisolubilidad coloca en una situación de adulterio a todo aquel que, luego de separarse de su cónyuge, vive una nueva relación conyugal con quien no está casado. Por lo tanto, no pueden recibir el sacramento de la eucaristía.
El papa Francisco quiso discutir nuevamente la indisolubilidad del sacramento del matrimonio y revisar si es posible que las parejas en segundas nupcias puedan recibir la santa Comunión. Para ello convocó a un sínodo de obispos y luego presentó el documento resultante del sínodo, firmado por él mismo el 19 de marzo de 2016 y hecho público el 8 de abril.
El documento, de tipo Exhortación Apostólica Postinodal, que lleva por título Amoris Laetitia, no modifica en nada la enseñanza que Jesús nos dejó por medio de sus discípulos y confirma, en su inciso 242, que el divorcio por sí mismo no excluye a nadie de recibir la Comunión: “Hay que alentar a las personas divorciadas que no se han vuelto a casar -que a menudo son testigos de la fidelidad matrimonial- a encontrar en la Eucaristía el alimento que las sostenga en su estado”. No así, como lo determina en el inciso 243, en el caso de las parejas en segundas nupcias: “A las personas divorciadas que viven en nueva unión, es importante hacerles sentir que son parte de la Iglesia” pero su aceptación en la comunidad no modifica el carácter indisoluble del matrimonio: “Para la comunidad cristiana, hacerse cargo de ellos no implica un debilitamiento de su fe y de su testimonio acerca de la indisolubilidad matrimonial”. El documento, que como se aprecia no libera la prohibición de comulgar a los divorciados vueltos a casar, tampoco elimina ni sustituye, como lo explica en su inciso 244, los procesos de nulidad matrimonial, en busca de causales, en los tribunales eclesiásticos: “Será necesario poner a disposición de las personas separadas o de las parejas en crisis un servicio de información, consejo y mediación, vinculado a la pastoral familiar, que también podrá acoger a las personas en vista de la investigación preliminar del proceso matrimonial”.
Por medio de Amoris Laetitia, el papa Francisco quiere acercar la misericordia divina a todos aquellos que se han sentido desplazados o desdeñados en la Iglesia, pero la misericordia no puede suplantar a la sana y verdadera doctrina. Así lo establece en el inciso 297: “Si alguien ostenta un pecado objetivo como si fuese parte del ideal cristiano, o quiere imponer algo diferente a lo que enseña la Iglesia, no puede pretender dar catequesis o predicar, y en ese sentido hay algo que lo separa de la comunidad”.
Como sabemos, el matrimonio es indisoluble por ser Palabra divina y por ser Sacramento, pero también sabemos que en la práctica, desde siglos, cada quien ha pretendido entenderlo según su propia historia personal. Por ello, la Exhortación advierte, en su inciso 300: “Evitar el grave riesgo de mensajes equivocados, como la idea de que algún sacerdote puede conceder rápidamente «excepciones», o de que existen personas que pueden obtener privilegios sacramentales a cambio de favores”. Luego previene, en el inciso 301, sobre el riesgo de pasar por encima de la Palabra de Dios: “Para entender de manera adecuada por qué es posible y necesario un discernimiento especial en algunas situaciones llamadas «irregulares», hay una cuestión que debe ser tenida en cuenta siempre, de manera que nunca se piense que se pretenden disminuir las exigencias del Evangelio”.
Por lo visto, Amoris Laetitia debe interpretarse en rigor, no queriendo entender otra cosa por encima de la letra, pues el precio de la condenación es un precio eterno.