Otro mundo es posible. Sólo hay que mirar y ver con los ojos del alma este mundializado orbe, poner en marcha nuestra imaginación creativa, armonizar nuestros impulsos, disponernos a escuchar mucho para poder auxiliar, revitalizar nuestros pensamientos de sosiego, porque en el fondo lo que hemos de desterrar de nuestra existencia es el negocio de las armas y, así, únicamente de este modo, se puede poner en marcha la abolición de la guerra. Ciertamente, los problemas que surjan no pueden ser ignorados, y máxime en un mundo global. Hay que hacerles frente, pero con un semblante que propicie la concordia. Es por ello, que hace falta trabajar más activamente todas las culturas, todos los Estados, para renovar las relaciones, para reactivar los encuentros, para reforzar nuestros vínculos interiores, como el de la fraternización dentro de la familia de naciones.
Es posible otro mundo. Tiene que serlo. Podemos hacerlo con la práctica del diálogo sincero, con abecedarios sustentados por leyes morales. Jamás debemos suponer que nosotros tenemos la verdad y que los demás están equivocados. Hemos de reflexionar más, comprender más para poder pensar colectivamente, y así, poder mejorar nuestra convivencia. Pensar individualmente nos atrofia. Somos animales sociables, con intelecto, dispuestos a compartir a través de las pensamientos. Son, efectivamente, las ideas quienes estimulan la mente y nos ponen en acción. Pero el ejercicio de esta tarea ha de ser conjunta. Las mismas operaciones de paz pueden y tienen éxito cuando son una expresión de una voluntad política internacional fuerte e unificada. Cuando no lo son, siempre fracasan. Esta es la realidad y el reto en medio de los desafíos políticos, financieros y organizacionales que persisten en este planeta.
Otro mundo es posible. Sí, sí, sí… pongámonos con más corazón que cuerpo a cavilar, ¿cómo se consigue la armonía?. En efecto, no podemos convivir sin haber creado, hasta el punto de recrearnos también, en lo armónico. Formamos parte de este acorde, de este ritmo humano, estético, humanista que hace renacer nuestro propio espíritu. Es este soplo quien nos da aliento, quien nos hace caminar, quien nos da fuerza para rehacer el poema del que un día estúpidamente volamos. En aquel tiempo no había necesitados, todo se ponía en común. No había miserias porque aún el dinero no existía. Hoy, sin embargo, vivimos con la incertidumbre permanente, en parte, motivada por la intensificación de la volatilidad del mercado, así como por una menor confianza en las políticas, que se han vuelto incompatibles con la ética. Para desgracia del astro, son siempre los excluidos del sistema quienes pagan la mayor factura de la corrupción, «de toda corrupción: la de los políticos y de los empresarios, pero también la de los eclesiásticos que descuidan su deber pastoral por el poder», como ha dicho el Papa Francisco en una de esas inolvidables misas matutinas en la Capilla de la Domus Sanctae Marthae.
Es posible otro mundo; por supuesto que sí. Querer es poder. En realidad nos hemos deshumanizado por esa falta de conciencia en solidarizarnos con nuestras mismas raíces; a la vez que nos hemos desmembrado unos de otros, y lo que era una fuente de unión (la familia), se ha convertido en un manantial de conflictos. Olvidamos que la crisis de los esposos no sólo desestabiliza la consanguinidad, también demuele vínculos sociales, divide y destruye proyectos en común, y esto siempre nos perjudica a todos. Lástima que este problema se siga afrontando de un modo superficial, donde el perdón recíproco apenas cuente. Por eso, sin duda, lo más importante es fortalecer el amor y ayudar a sanar las heridas; pues sí la familia es el germen de toda avenencia, ha de contagiar al universo con su afecto. De ahí que piense en la necesidad de una conversión de nuestra propia esencia, pues nada somos por sí mismos. Cuando falta esta apertura a los demás, esa trascendencia del alma fraternizada, todo se desmorona, y el mismo amor ha dejado de ser amor, convirtiéndose el odio en un diario que surge en cualquier ocasión para perjudicar a los demás.