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Cuando llega la cruz

En ocasiones pensamos en la cruz como algo distante, como algo que tiene que ocurrir pero sin saber exactamente cómo.

En realidad, la cruz llega cada día. En ese frío que dañó mi garganta, en un compañero que se ríe a mis espaldas, en ese trabajo que terminó mal.

No hemos de pensar en cruces heroicas. Cada día tiene las suyas. Sencillas o complejas, duras o suaves, tocan continuamente mi corazón.

La cruz será algo fecundo si la uno con la Pascua. La muerte es la puerta para llegar a la vida, si es una muerte con Cristo.

Por eso, en medio de las mil cruces de la vida, necesito mantener encendida una lámpara de esperanza: Cristo ha resucitado.

Tal vez hoy una nueva cruz acaba de aparecer ante mis ojos. Tal vez no me siento preparado para ella, pero confío, porque el Maestro está a mi lado.

Entonces esa cruz me acercará a la victoria, a la vida, al amor, porque gracias a ella muero por Cristo, y me uno a su Resurrección.

“Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él” (Col 3,3 4).

Llega una cruz. En ella se hace concreto la fecundidad del grano de trigo que cae en la tierra, muere y tiene vida (cf. Jn 12,24).

Ya estoy más sereno. Camino desde una esperanza íntima, cristiana, fecunda, que nada ni nadie podrán quitarme…