El jueves pasado, en su homilía cotidiana, el Papa nos exhortó a comprender la vida cristiana a partir de una premisa que es de la máxima importancia para la Iglesia de nuestro tiempo. La idea central que desarrolló podría ser también, me parece, un resumen de su pontificado: ante las situaciones de pecado debemos de tener una actitud realista.
¿Qué significa aquí “ser realista”? A veces queremos imponer a los demás una serie de normas “objetivas”, “de obligado cumplimiento”, como si la salvación de sus almas dependiese de que las alcanzasen con su esfuerzo solitario. No es así: al acercarnos a los demás debemos tener en cuenta todas las circunstancias, objetivas y subjetivas, que cada persona atraviesa, porque lo que nos salva es un amor que es más grande de lo que podemos imaginar, y no nuestras capacidades.
Es un error pensar que la norma objetiva debe de estar separada de toda interpretación o aplicación subjetiva. Nuestra vida es un camino en el que aprendemos a amar a Dios y a nuestros hermanos y no todos estamos ni en el mismo punto ni en la misma situación. Solo el amor cercano (prójimo) puede conocer la individualidad de cada uno, que requiere ser acompañado y amado según el momento en el que se encuentra.
Pero, en segundo lugar, cuando se impone una rigurosidad inmisericorde e impersonal lo que se esconde detrás es un tipo de relación manipuladora. Porque si alguien nos importa, si de verdad nos preocupan sus tribulaciones y su sufrimiento, nuestro corazón se vuelca en el perdón y en la entrega. Y esto no significa despreciar ni rebajar un milímetro el mensaje del Evangelio, sino encarnarlo con la mirada del Señor.
Francisco lo expresaba con su habitual fuerza al decir: “Jesús siempre sabe caminar con nosotros, nos da el ideal, nos libera de este enjaularse de la rigidez de la ley y nos dice: ‘pero, hagan hasta el punto que puedan hacer’. Y Él nos entiende bien”. ¿Recuerdan el Evangelio del domingo pasado? Jesús no dice a la pecadora que le unge los pies con perfume: “no eres pecadora”. Él la mira, Él conoce cómo es discriminada en su pueblo por su condición, sabe de su dolor y también de su fe y le dice: “Tus pecados te son perdonados”.