Al hombre moderno le cuesta la relación con la autoridad, sea la del padre de familia, del gerente, del gobernante, del sacerdote o incluso de Dios. Nuestras experiencias de la autoridad han sido, muchas veces, duras y frus¬trantes. Uno de los grandes problemas del país es la ausencia o la debilidad de sus figuras paternales.
Esta problemática ha llevado a muchos cristianos a desfigurar inconscientemente el Evangelio de Cristo. Se olvidan que el centro de la vida y del mensaje de Jesús es su Padre. La meta del cristiano no es Cristo. Jesús es tan solo “el camino” que conduce al Padre. El amor de Dios Padre que nos acoge y hace hijos suyos, constituye el centro del mensaje evangélico.
Jesús no puede hacer otra cosa que anunciar a su Padre. Porque Él es toda su riqueza, lo que llena su corazón de Hijo. El Padre es la fuente de su ser y de su Vida, fundamento de su alegría y paz. Pero también es el Padre que lo envía, le exige crecer en la entrega, que le pide cargar la Cruz. No es ni abuelo blando ni dictador impla¬cable. Sino plenamente Padre: tierno y fuerte a la vez. Cristo es la imagen visible del Padre. Lo refleja a través de su rostro y de su persona entera, sobre todo en su actitud de Buen Pastor.
María estaba especialmente capacitada para comprender este aspecto del misterio de Jesús. Porque como Madre suya, se sentía compartiendo con el Padre la hermosa tarea de cuidarlo. Por eso se interesaba vivamente en todo lo que Jesús decía sobre Él. Y así iba convirtiéndolo también en el gran TÚ de su vida.
Por eso María posee un carisma especial para acercarnos al Padre, sabe abrirnos su corazón. En toda familia es la madre la que ayuda a los hijos a conocer a su padre. Igual sucede en la Familia de Dios: María nos regala una especial sensibi¬lidad de hijos. Y ésta nos permite descubrir el verdadero rostro del Padre tal como resplandece reflejado en Jesús Buen Pastor.
Al mismo tiempo, la Sma. Virgen es capaz de ayudarnos a superar las dificultades del hombre de hoy frente a la autoridad y la paternidad. Porque María es capaz de educar autoridades y personali¬dades paternales según el modelo de Jesús Buen Pastor.
Ella nos hace comprender que la autoridad no es, en primer lugar, poder de mando, sino de servicio a la vida. Que su tarea es ayudar a madurar y crecer a los que les han sido confiados. Y la autoridad ayuda a crecer en la medida en que estimula y apoya la iniciativa de los otros: con su consejo, su ejemplo, su preocupación personal. Para ello es fundamental que sepa delegar y compartir responsabilidades: porque el hombre crece cuando participa.
María, la “Madre de los vivientes”, es capaz de restaurar el sentido original de la autoridad y paternidad como poder vivificante. Así vuelve a hacernos amable la figura de Dios Padre, nos redescubre el gozo de ser sus hijos amados y posibilita que volvamos a ser hermanos.
De este modo, María hace posible la comunión de amor que vino a establecer Jesús entre los hombres y con el Padre de los cielos. La Virgen quiere ayudarnos a hacernos más hijos y más hermanos, a redescubrir a Dios Padre como modelo de una autoridad que libera, que da vida, que une y ayuda a crecer.
Queridos hermanos, pidámosle por eso a María que nos permita descubrir la alegría de ser hijos del Padre en Cristo, de depender de su amor bondadoso y fuerte. Y que en su corazón paternal podamos reconocer a todos los hombres como nuestros hermanos. Pidámosle también por todos nuestros padres y autoridades – en el hogar, en el trabajo, en el país y en la Iglesia – para que la Virgen les ayude a prestar su servicio paternal según el espíritu y modelo de Dios nuestro Padre.
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