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Renuncio al hombre (o a la mujer) anuncio

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El galopante mundo de seducciones llama a la puerta a cualquier hora, sin pedir permiso y de manera descarada. Vivimos en un continuo y constante reclamo que desquicia los sentidos al ser más prudente.

 

 El toro de Osborne se ha quedado sin fuelle al lado de tantas rimbombantes convocatorias, advertencias, marcas, referencias… Espacios televisivos donde la publicidad es lo que gobierna. Medios escritos que son verdaderas cuñas publicitarias, más crónicas de publicidad que crónicas de ideas. De manera intempestiva también está de moda llamar por teléfono para ofertar que compres un producto y dejes el otro. Ya no se pide permiso ni para entrar en las habitaciones interiores que uno tiene a solas de vez en cuando. Cuando menos lo esperas, la cañonera de la publicidad te dispara. A mi todo esto me pierde, lo reconozco, y hasta me vuelve un mal educado. Lo siento. La paciencia tiene un límite. Esto de que la publicidad, con su labia nos distraiga cuando le venga en gana o nos quite horas de sueño, es un mal hábito. A poco que cedas en dejarte seducir, acaba comiéndote media vida.

Habría que poner cotas a la publicidad. Y tanto. Al parecer ahora la moda va a ser poner al hombre a hacer la calle, vestido de indio y con una pantalla sobre su cabeza. Dicen que así, cotizan mucho más las miradas en cuanto a embobamiento. Todo vale para persuadir, eso es lo malo. Aunque se consiga ganar adictos al encantamiento, a mi no me parece ético convertir al ser humano, hombre o mujer, en un mero objeto del deseo. Renuncio, con todas mis fuerzas, a esa publicidad que ceba a los seres humanos con hábitos de consumo y estilos de vida alocados. Desisto de esa propaganda que propaga los instintos en lugar de un sentido de libertad. En la misma línea de lo anterior, repudio esa proclama que animaliza a las personas o las caricaturiza, que hacen promesas falsas en los productos que se anuncian. Buscando el lucro, jamás se puede poner de moda el engaño. Más pronto que tarde, esto pasa factura.

En cualquier caso, el mundo de la publicidad está ahí, entrometiéndose en todo, pegando fuerte porque son las alas del sistema económico actual, en ocasiones con andar altanero, saltándose a veces el respeto a la persona humana, usurpándole su autonomía, impulsando el deseo de tener y gozar, aunque para ello tenga que gastarse y desgastarse vidas humanas ¡Qué tremendo que se compren y vendan existencias! Sin embargo, que bien estaría otra publicidad que utilizase lenguajes adecuados, que estuviese en el momento oportuno y en el sitio adecuado, atenta siempre a los valores éticos para transmitir mensajes positivos. Sería una buena manera de contribuir al progreso humano, porque se partiría de una visión honda y auténtica. Se habría ganado el combate por la pureza, que buena falta nos hace para achicar vicios, perversiones, desenfrenos, deshonores… Todos ellos adjetivos de una aspereza que nos impiden ver, hoy por hoy, horizontes claros.

Las incitaciones de algunos medios de comunicación a hacer pública toda confidencia íntima son tan brutales (y bestiales), que si tuviésemos una publicidad más honesta, pienso que todo quedaría en una historia imposible de contar. Considero, pues, que hay que condenar esa publicidad que nos roba el tiempo, que nos trata como bobalicones, porque su influencia nos lleva a la deriva. Y por el contrario, apruebo esa otra publicidad que ayuda a la persona humana a crecer en su conocimiento de manera liberadora y a recrearse en su hábitat de forma libertadora. Cuestión de discernimiento.