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La JMJ no comienza en Cracovia ni termina en Cracovia

La hermana María de la Luz Avilez Vázquez, religiosa de las Siervas de la Pasión, tuvo la oportunidad de asistir a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que se celebró en Roma (2000) y a la de Madrid (2011). En entrevista, comparte cómo esta experiencia marca y cambia, y debe cambiar, a cada uno de los jóvenes que la viven

Por Chucho Picón

Hermana, cuéntenos, ¿Qué significa, qué es ir a una JMJ?

Es una enorme oportunidad, una gracia; algo donde el Señor tiene mucho que decirnos.
No sabes lo que el Señor te tiene preparado y después de que lo vives, tu vida cambia. Es un ambiente muy hermoso.

He tenido la gran dicha de estar en dos JMJ. En el 2000 en Roma y en el 2011 en Madrid.
En el 2000 era novicia y en el 2011 ya fui consagrada al Señor, con el sí definitivo.

¿Qué se hace en una jornada?

Hay un montón de actividades previas, todas en el plano de la fe: culturales, litúrgicas, encuentros con nuestro obispos. Es una fiesta de la fe, de la juventud, un momento para encontrarnos con el Señor y revitalizarnos.

¿Qué es lo que más le impactó de JMJ en Roma?

De Roma la presencia fuerte, la gran manifestación de Dios por medio del Santo Padre Juan Pablo II; la gran manifestación de jóvenes, la atracción tan grande de tan sólo ver al Papa, la cercanía, la presencia, sus palabras llenas de espíritu de Dios. Era el Año Santo, el Año Jubilar, fue un regalo enorme que el Señor me concedió.

Ya como religiosa, ¿Cómo vivió la jornada en Madrid?

Fue algo muy impactante, una vivencia de fe; fue vivir muy de cerca la situación de la Iglesia en Europa, vivir situaciones difíciles y complejas. Nos tocó tener encuentros con grupos opositores; esta situación revitaliza nuestra fe.

«Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe», era el lema del Papa Benedicto XVI para esta JMJ y lo vivimos, no sólo la teoría, realmente lo experimentamos.

¿Qué fue lo más le impactó en Madrid?

Fue el vivir muy de cerca la persecución de la fe a causa de este evento que nos reunió, fue una experiencia inolvidable. Éramos cuatro hermanas y por sólo manifestar nuestra fe en la calle nos encontramos grupos opositores que te llegaban a agredir, pero es algo que me ayudó a reforzar la fe y lo recuerdo con mucha nostalgia.

¿Cómo era la persecución?

Era muy sutil. Nosotros nos hospedamos en una parroquia con un grupo de jóvenes; éramos cuatro hermanas de nuestra congregación y nos tocó en una parroquia a las afueras de Madrid, en San Francisco de Paula, con los padres Mínimos. Ellos se llevaron 50 jóvenes. El primer día todo estaba bien, después empezaron a esperarnos a las afueras del metro y nos agredían con insultos, nos decían «borregos», palabras fuertes, obscenas, y nosotros pasábamos calladitos sin decir nada. Fueron momentos difíciles para algunos chicos.

En una ocasión llegaron a la parroquia a agredir, a romper cristales, solo por el hecho de que era una reunión de fe y muchos jóvenes no entendíamos, no sabíamos la situación del país. Madrid fue especial, pero no sentimos miedo. No estamos solos.

¿De qué le sirve al mundo una Jornada Mundial de la Juventud?

De mucho. Es un signo. Es decirle al mundo que la Iglesia está viva, que los jóvenes buscan a Dios, que necesitamos pertenecer a nuestra Iglesia. Decirle al mundo que la Iglesia está aquí y firme; demuestra al mundo nuestra fe.

¿Qué deben hacer todos aquellos jóvenes, que tuvieron la oportunidad de ir, cuando regresen a sus parroquias?

Hay un compromiso. No puedes quedarte igual porque lo que tus ojos han visto y lo que tus oídos han escuchado exigen un compromiso, un mandato, un envío, no es un acto del mundo, es un acto de fe. Como bautizados que somos es un volverte a recordar que eres un apóstol, un enviado y entonces viene el compromiso de participar en tu parroquia, de hacer todas las actividades en unión con el obispo, con la diócesis. Siempre hay mucho trabajo que hacer.

Hay que servir, ser motivo de esperanza para muchos jóvenes, transmitir todo lo que han escuchado y comenzar una transformación que sea activa, que llegue a los corazones y que edifique a la Iglesia.

La JMJ no comienza en Cracovia, ni termina en Cracovia, es el envío y llegas totalmente transformado. Allí está el envío y la respuesta de cada uno. Este es un año de gracia, un año especial.