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La acogida a las “segundas uniones”

Estoy seguro de que el informado lector sabe que en los últimos meses ha habido una cierta polémica sobre algunos aspectos de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia. Esta discusión se refería sobre todo a cómo atender a las personas que habían comenzado una segunda unión tras el fracaso de su matrimonio, de lo que trataba el capitulo VIII.

Desde mi punto de vista el texto del Papa era muy claro, pero no faltó quien se animara a buscarle el quinto pie al gato, exigiendo una aclaración que parece que ha llegado, y en la línea que dictaba el sentido común.

El dato es que los obispos de la región de Buenos Aires han elaborado un documento en el que señalan a sus sacerdotes algunos criterios para la interpretación del referido capítulo y el Papa, tras leer el texto, les ha enviado una misiva en la que se puede leer: “El escrito es muy bueno y explícita cabalmente el sentido del capítulo VIII de Amoris Laetitia . No hay otras interpretaciones. Y estoy seguro de que hará mucho bien.”

“No hay otras interpretaciones”… y es que no podía haberlas, salvo que uno pretendiera retorcer las palabras de Francisco con extrañas intenciones.

La idea de fondo del documento es muy sencilla: Cristo ha resucitado, está vivo entre nosotros y se ofrece para que lo encontremos. Esta relación es decisiva y en ella se basa la moral cristiana. La idea de una moral al margen de la relación con Cristo, meramente racional y de aplicación matemática no es cristiana, sino kantiana.

Por eso los obispos de la Región de Buenos Aires (y podrán ver que muchos otros en las próximas semanas) insisten en priorizar la acogida y la misericordia. No se ofrece un acceso automático a los sacramentos, pero sí una atención personal a cada situación, con discernimiento, que tenga en cuenta que el pecado mortal que impide la comunión exige conocimiento de la maldad del acto y plena aceptación del mismo. En muchos casos no se dan estas condiciones, no hay pecado mortal y se puede comulgar, o bien cabe el arrepentimiento y el perdón.

¿Quién puede discernir en cada situación particular? Es precisa la compañía de un sacerdote que intente comprender, escuchar, acompañar y querer. Efectivamente, no hay otra interpretación posible.