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Sinceridad como estilo de vida

Mentir es un vicio muy corriente; quizá,  lo que desencadena  la desconfianza tan extendida en nuestra sociedad. Parece que nadie se fiara, ya, de nadie.  Hasta existe una poderosa organización de la mentira, y muy pocos los que se atreven a abatirla enfrentándola con la realidad.

Frente al vicio de la mentira, está la virtud de la sinceridad, que, en algunos hogares, se convierte en un estilo de vida que conduce a la confianza y a la paz en la familia. La madre de una alumna me decía, preocupada, que su hija le mentía. A ser verdaderos se aprende en casa como por ósmosis, y, también, en la iglesia. Hay mentiras que hacen mucho daño. Mentir siempre es pecado (8ª  Mandamiento de la Ley de Dios). Jesucristo se definió a sí mismo como la Verdad (Jn 14, 6), y, al diablo, como «el padre de la mentira» (Jn, 8, 44), frase que subraya el Papa Francisco.

Partamos del significado: «mentir es decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar a quien debe saber». Por prudencia y pudor, no se debe desnudar el propio interior a cualquiera; mucho menos, exponer la intimidad ajena ( entra en juego, incluso, la caridad). Hay gente tan curiosa que quiere saberlo todo sobre los otros, y tan insensata que lo cuenta después. Ser sinceros no está reñido con ser discretos, y siempre hay una salida para no responder a quienes no deben saber: una evasiva, el silencio, la «restricción mental»… Evoco esta frase, muy cierta, de una compañera de viaje: «Dios ayuda a quien no miente».