Home > Análisis > Categoría pendiente > Nuevo ramillete de santos

Nuevo ramillete de santos

El pasado 16 de octubre el Papa Francisco regaló a la Iglesia y al mundo un nuevo ramillete de santos. Los siete Beatos elevados a los altares pertenecieron a las más distintas épocas y circunstancias de la vida, mostrando así que la santidad es para todos. La santidad es de casa en toda la Iglesia, como lo confesamos en el credo cuando decimos: “Creo en la Iglesia una, santa, católica y apostólica”. Esto es totalmente cierto y real.

Entre los nuevos hijos de la Iglesia canonizados tenemos a dos italianos, san Ludovico Pavoni, sacerdote fundador de la Congregación de los Hijos de María Inmaculada, conocido como el “Padre de los jóvenes” porque consagró su vida y su obra a educar a los jóvenes pobres y desamparados para hacerlos “honrados ciudadanos y buenos cristianos”. Ahora su ayuda nos es de primerísima necesidad; y al sacerdote Alfonso María Fusco, fundador de la Congregación de las Hermanas de San Juan Bautista para la atención de huérfanas y desamparadas, obra de misericordia extendida en cuatro continentes. Siguieron dos franceses, san Salomón Leclerq de los Hermanos de la Escuelas Cristianas, martirizado por los fanáticos de la Revolución Francesa, inspiradora de la nuestra, al negarse a jurar la Constitución civil contraria a la Iglesia; y la Religiosa Sor Isabel de la Trinidad, joven alegre y talentosa que ingresó en el Carmelo y pronto enfermó de gravedad. Sus dolores la llevaron a identificarse con Cristo crucificado y a refugiarse en el seno amoroso de la Santísima Trinidad. Otra gran santa carmelitana. Aparece también un español el obispo San Manuel González García, “modelo de fe eucarística”, pues decía: “Para mis pasos yo no quiero más que un camino, el que lleva al Sagrario, y andando por ese camino encontraré hambrientos y pobres de muchas clases”. Desde la Eucaristía fue apóstol de los hambrientos de Dios y de pan.

El regalo para América Latina fue doble: El sacerdote argentino José Gabriel del Rosario Brochero, mejor conocido como el “El Cura Brochero” quien, a lomo de mula -y así apreció en su imagen en la Basílica de San Pedro-, recorría los pueblos y comunidades de su parroquia enseñando la doctrina, celebrando los sacramentos y asistiendo a los enfermos y moribundos. A lomo y con olor de su noble bestia se hizo todo para todos como tantos sacerdotes de estas tierras que no conocieron las cocheras parroquiales sino las caballerizas y los macheros.

El regalo para México fue el joven San José Sánchez del Río, apenas de 14 años de edad, quien decidió libremente ser “portaestandarte” de los cristeros y, en medio de la batalla, entregó generosamente su caballo al general para salvarle la vida. Él fue aprehendido y tras dolosas torturas infligidas por quien había sido su padrino de primera comunión, fue apuñaleado y fusilado en el cementerio de Sahuayo, su pueblo natal. El ser los mismos católicos traidores a su fe los perseguidores de la Iglesia, es un  hecho que se repite entre nosotros, según el dicho evangélico que los enemigos del hombre son los de su propia casa.

El pueblo católico mexicano celebró con entusiasmo este acontecimiento, no así la prensa y los medios de comunicación; a duras penas tuvieron que hacer una desaliñada relación del acontecimiento eclesial. Como es su costumbre, llamaron a los nombrados “peritos” en asuntos religiosos para oír lo que querían escuchar según su ideología anticatólica. Para uno de ellos –sintetizo-, fue “una canonización anacrónica de un martirio inducido”. Nosotros traducimos en lenguaje evangélico y popular: No hay más sordo que el que no quiere oír.

Mario De Gasperín Gasperín