El padre abad tomó el teclado y empezó a escribir. Lo hizo con un único deseo: ayudar a unos padres de familia. Lo hizo con cierta urgencia: porque un hijo preadolescente estaba dando sus primeros pasos por el mal camino.
“Queridos X e Y: Les mando un saludo esperando estén muy bien. Llevo varios días pensando en escribir esta nota y se las ofrezco de todo corazón.
Sé que los dos llevan un ritmo de vida intenso, lleno de trabajo y actividades. En casa, sin embargo, los hijos les necesitan. No se trata solo de tiempo, sino de calidad de tiempo.
Lo sé: por la tarde llegan cansados. Por eso, resulta normal que les cueste atender a los hijos. Y entonces empiezan los problemas.
Porque ya habrán notado lo que ocurre con su hijo mayor. Sí, apenas tiene 13 años, pero el mundo le ofrece miles de posibilidades. Su curiosidad y las presiones externas lo arrastran de un lado a otro.
Hace poco lo encontré con malas amistades. Chicos que se dicen amigos pero que desean simplemente pasarlo bien. Han probado las primeras borracheras. Van a fiestas alocadas. Juegan hasta el límite. Quizá ya han empezado con las drogas.
Su hijo tiene un buen corazón, pero el embate del mundo es terrible. Si, además, en casa solo recibe cosas materiales y poco cariño, lo buscará fuera. Entonces será presa fácil de placeres que cautivan.
Cuando lleguen los problemas, habrá lágrimas. ¿Por qué llegó a ese accidente terrible en un coche con compañeros medio drogados? ¿Por qué un día decidió abrirse las venas?
Ustedes desean de corazón evitarle esos y otros problemas. Sin embargo, existe el peligro de darle demasiada confianza y de arriesgar mucho. Cuando la sangre ya haya sido vertida, ¿será demasiado tarde?
Por eso vale la pena cualquier esfuerzo por dedicarle a él, y a los demás hijos, tiempo de calidad. Escuchar sus preguntas, avisar de los peligros, intuir qué hacen sus compañeros, acompañarle en sus primeros enamoramientos.
Me dirán, y tienen razón, que no hay escuelas para padres, que no han aprendido pedagogía. Pero existen libros buenos y otras parejas con más experiencia que pueden ofrecerles algunos consejos útiles.
Más allá de las técnicas, hay un punto que resulta fundamental: su auténtica vida cristiana. Si viven el Evangelio, si rezan en familia y como esposos, si relativizan los bienes materiales y buscan sinceramente los del cielo, si orientan la vida en casa al servicio de los más necesitados, dejarán una huella maravillosa en cada hijo, especialmente en el mayor.
Aquí les dejo estas líneas, breves y abiertas al diálogo. Las acompaño con una oración a Dios, nuestro Padre de los cielos, que les ama mucho y que les ha bendecido con cada hijo. Las pongo ante la Virgen, para que Ella les acompañe en ese camino maravilloso de amar a Dios y a los hermanos.
Por lo que esté de mi parte, aquí me tienen. No existen, ciertamente, varitas mágicas que impidan caídas estrepitosas. Pero sí es posible evitar algunos males y, sobre todo, tender una mano firme y cariñosa al hijo cuando haya cometido un gran pecado.
Con mi oración y mi amistad de siempre, suyo…”