La Carta Apostólica que el Papa Francisco regaló a la Iglesia y al mundo el pasado 20 de noviembre, Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, para clausurar el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, es como una sinfonía. El Papa se mueve como un gran director de orquesta que va insinuando, desarrollando y proponiendo el corazón del Evangelio, la divina misericordia, con gran maestría y competencia para modelar nuestro propio corazón. Se mueve en su propio terreno con un corazón de fronteras dilatadas, límites ensanchados y mayor profundidad conseguida como gracia durante todo este año jubilar. Como invitación a acercarse a tan armónico y vital documento presento algunos subrayados iniciales.
1°. El título latino: Misericordia et mísera. Son palabras tomadas de un comentario de San Agustín sobre el encuentro de Jesús y la adúltera, narrado en el evangelio de san Juan, capítulo 8, de lectura obligatoria. Los acusadores terminan soltando sus piedras y retirándose avergonzados: “Quedaron sólo ellos dos: la miserable y la misericordia”, cita el Papa y comenta: “No se encuentran el pecado y el juicio en abstracto, sino una pecadora y el Salvador”. Jesús no desconoce ni niega la ley ni la justicia legal, pero va más allá, al corazón de la persona que ha sido tocada por el amor de Dios. “Quedarse solamente en la ley equivale a banalizar la fe y la misericordia divina”. Al arrepentimiento sigue la sentencia absolutoria: “Yo tampoco te condeno, vete en paz, no peques más”. Esto es lo que quiere Jesús y desea el Papa que resuene y se realice en todos los confesonarios del mundo. El título podría traducirse: “Los Miserables y El Misericordioso”.
2°. La misericordia se celebra. En la liturgia de la Iglesia la misericordia divina no sólo se nombra continuamente, sino que se actualiza, se recibe y se vive. Los sacramentos hacen presente la obra redentora de Cristo, su Misterio Pascual. Habrá que poner más atención a ese sustrato vital de la liturgia católica, la presencia constante de la misericordia. Usa expresiones tan consoladoras como “no por nuestros méritos sino por tu misericordia; no mires nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia”. En los Sacramentos de sanación, la Reconciliación y la Unción de los enfermos, se invoca la misericordia divina que es performativa, es decir, que hace lo que significa: verdaderamente perdona y sana y salva. Allí se crea un corazón nuevo y se da una nueva esperanza al pecador.
3°. La misericordia es la clave para leer la Sagrada Escritura: “La Biblia es la gran historia que narra las maravillas de la misericordia de Dios”. Ella nos enseña que la creación del universo es obra de la misericordia de Dios. Esta misericordia es la constante divina que rige la historia, pues su misericordia se extiende de generación en generación. “El Espíritu Santo, a través de las palabras de los profetas y de los escritores sapienciales, ha modelado la historia de Israel con el reconocimiento de la ternura y cercanía de Dios, a pesar de la infidelidad del pueblo”. En Cristo Jesús la misericordia apareció en todo su esplendor. No vino por los justos, sino por los pecadores: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.
4°. El fruto del perdón es la alegría. Quien se acerca a este concierto de gracia con sincero corazón experimenta el gozo de la salvación. Lo primeros cristianos decían: “Revístete de alegría… porque todo hombre alegre obra el bien, piensa el bien y desprecia la tristeza… Vivirán en Dios cuantos alejen de sí la tristeza y se revistan de toda alegría”.
Mario De Gasperín Gasperín