Por Arturo Zárate Ruiz | No hay cosa más fácil que detestar a Trump. Es un tipo arrogante, prepotente, racista, muy rico, ostentoso, corrupto, mujeriego, abusivo, muy poderoso, bravucón, grosero, egoísta, tramposo, quien insulta a los mexicanos, a personas de otras razas o religiones, a las mujeres, es más, a los discapacitados, quien no paga impuestos, roba, desobedece las leyes, humilla a los mismos hombres con quienes día a día trabaja, desdeña las instituciones de su país y los límites constitucionales de su cargo como Presidente de los Estados Unidos de América, quien fomenta el odio y funda, en gran medida, en el odio su poder, y a quien incluso, supongo, le ha de apestar a letrina su boca.
Agreguemos a todo esto que Trump nos amenaza a los mexicanos con medidas que dañarían mucho nuestra economía y nuestra paz social: cancelar el tratado de libre comercio, deportar a millones de compatriotas de allende el Bravo, construir un muro que separe a Estados Unidos de México, y cobrárnoslo, además. Todo esto nos tiene a muchos mexicanos con el “Jesús” en la boca. Este domingo miles saldrán a las calles de muchas ciudades de nuestro país para protestar y mostrar unidad nacional frente a tal enemigo.
No niego que Trump pueda hacernos mucho daño. Pero, aunque sea ya Presidente del vecino país, Trump no engloba a todos los Estados Unidos.
Aunque parezca anecdótico, dos norteamericanos conocidos míos ya me pidieron disculpas, como si necesitaran darlas, por su líder: les da vergüenza lo que él dice y hace contra México. Tal vez también parezca anecdótico que la empresa Nordstrom se niegue ahora a comprar la ropa que vende Ivanka Trump, hija del magnate, lo que le ha provocado a él tremenda irritación e irrumpir con nuevos insultos y amenazas. Ahora bien, no es ya para nada anecdótico el que Neil Gorsuch, el mismo juez a quien Trump propuso para la Suprema Corte, califique a las palabras del mandatario contra el poder judicial norteamericano como “decepcionantes y desalentadoras”.
Mi punto aquí es que, aunque Trump sea Presidente, no tiene a su lado todas las leyes, instituciones, jueces, legisladores, grupos políticos, intereses económicos, corporaciones, organizaciones ciudadanas de su país. En Estados Unidos se vive la separación de poderes judicial, legislativo y ejecutivo, y se vive la distribución de competencias entre los gobiernos federal, estatales y citadinos. Las instituciones financieras también pesan, que ni qué. No puede brincárselos o borrarlos del mapa fácilmente. Ya un juez federal frenó una orden contra inmigrantes extranjeros de Trump, y el jueves el tribunal de apelación ratificó la sentencia contra Trump, y así seguirá sucediendo con subsiguientes arbitrariedades suyas. Aunque Trump ya ha concebido muchas formas para dizque cobrarnos el muro a los mexicanos, no se ha decidido aún por ninguna porque se lo impiden las leyes o perjudican los intereses económicos de los mismos norteamericanos.
Ciertamente nos debe preocupar el racismo y odio que ahora fomenta Trump contra nuestros paisanos allende el Bravo. Pero no vivimos los años previos a 1964, cuando todavía existía la segregación racial. Vivimos el 2017 y los derechos humanos y civiles, y muchas leyes contra la discriminación ahora están vigentes para proteger a cualquier persona que sufra marginación.
Ahora bien, si, como digo, Estados Unidos no es Trump, podrían entonces preguntarme por qué votaron los norteamericanos por él y ganó la presidencia. ¿No es prueba entonces que la mayoría de ellos se adhiere entonces a su arrogancia y racismo?
Que Trump haya ganado no quiere decir que todos quienes votaron a su favor aprueben sus groserías. De hecho, muchos no votaron por él sino por la opción republicana en un país en que nomás se puede escoger entre dos opciones casi iguales. Tanto republicanos como demócratas despliegan en tiempos de elecciones el nativismo americano y se pronuncian contra los inmigrantes, contra el comercio internacional y en favor de los muros. Lo hicieron ahora Hillary Clinton y Trump. El problema es que después cumplan con lo que prometen. El “querido Obama” fue el presidente que más mexicanos expulsó del territorio norteamericano. Si muchos lo aman, tal vez, es porque lo hizo con una sonrisa en la boca. El bruto de Trump ni siquiera sabe sonreír.
Hay sin embargo diferencias importantes. Los republicanos, al menos en su discurso, no apoyan el aborto sino la vida, creen en las diferencias básicas entre hombre y mujer que, sin negar la igual dignidad de uno y otra, afirman la complementariedad de uno y otra en la conformación de una familia, y muy importante para el norteamericano, o para cualquier ciudadano en cualquier otro país que dependa principalmente de su trabajo para vivir, prometen ellos reducir los impuestos, no en aumentarlos, como quieren los demócratas para alimentar una gigantesca burocracia que pretende convertirse en “nana” de los marginados o desvalidos a punto de hacer todo su país un “estado nana”.
En resumen, no es que no nos quieran la mayoría de los norteamericanos, o que sean unos arrogantes y racistas que nos aborrezcan a los mexicanos. Votaron por Trump en gran medida por muchos otros motivos. Están cansados del estado nana que los desvalija para dizque proteger a los desvalidos; están cansados de una “corrección política” que financia lo indefendible, el aborto; están cansados de esa misma “corrección política” que los demoniza si prefieren ser hombres o mujeres ordinarios, en lugar de entusiasmarse y elogiar las preferencias “diversas”. Por supuesto, también votaron por otros motivos muy cuestionables, como el portar armas por dondequiera, por incrementar el poderío militar de Estados Unidos, por resolver los conflictos internacionales con las armas, etc.
Las opciones políticas son, después de todo, así: tiene uno escoger entre alternativas muy imperfectas. Cabe a muchos católicos, como es mi caso, pensar que, si bien, Trump nos ofrece muchas cosas detestables, otras son muy bien venidas como su defensa a la vida del no nacido y su defensa de las instituciones familiares.