Por Marcelo López Cambronero |
¿Se han fijado? El discurso de los medios de comunicación no cristianos y el de los críticos a Francisco es simplemente el mismo: dicen que el Papa actual supone una ruptura con los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. El mensaje es tan simplón y falso que tiene que dejar de lado y obviar un hecho tan evidente como que el propio Benedicto XVI, en cuerpo presente, niegue una afirmación similar una y otra vez.
La verdad, más patente y provocadora, es también más clara y sencilla: los tres últimos Pontífices, siguiendo la estela marcada por el Concilio Vaticano II, han decidido romper con determinadas rémoras que se habían infiltrado entre nosotros, como la influencia del moralismo (kantiano) y la interpretación ahistórica y antitradicional de la ley natural (al estilo ilustrado), entre otras cosas. En pocas palabras podemos decir que con Francisco se continúa la construcción de una Iglesia que abandona aspectos ideológicos de la modernidad que estaban secándola por dentro para situarse a la altura de un siglo XXI “post-moderno”.
La Iglesia se hace nueva volviendo a lo que es, depurándose, como ha hecho una y otra vez a lo largo de los siglos. Para ello tenía que dejar su autorreferencialidad y volverse sal del mundo, entregándose a los demás y por los demás, manifestando la grandeza del amor de Dios con el testimonio humilde pero seguro de la vida y las obras.
Los grupos que se consideran “conservadores” o “tradicionalistas” y que han tomado la bandera de la crítica en contra de Francisco no pueden salir de este círculo vicioso de la autorreferencialidad, poniendo de manifiesto que su postura no es otra que mirarse el ombligo una y otra vez. La llegada de Francisco ha puesto en evidencia muchos corazones que no seguían a Cristo sino a sí mismos, a sus propias ideas y “genialidades”.
Esta es una tentación que siempre ha rondado a los cristianos y que nace en el seno de nuestro egoísmo: no seguir a Cristo, sino a nosotros mismos. En los tiempos antiguos se denominaba gnosticismo y sus adeptos fueron tan atrevidos que llegaron a escribir evangelios falsos en los que pretendían adaptar el mensaje de Cristo a sus propios criterios. Me temo que asistimos de nuevo a un renacer gnóstico, en este caso ultramoderno, en el seno del pueblo de Dios.
Publicado en El Observador de la actualidad