Emmanuel nació en septiembre de 1982 en el barrio Amravaki de Bombay. Diez días después fue abandonado por su madre en un cubo de basura frente a un orfanato de la congregación de las Misioneras de la Caridad. Quiso la Providencia que aquel mismo día, la propia Madre Teresa fuera a visitar el centro y encontrara al niño, que inmediatamente fue llevado a la que Emmanuel considera su primera casa de verdad. Después de un tiempo bajo los cuidados de las misioneras, Emmanuel Leclercq tuvo la gracia de ser adoptado por una familia francesa. Actualmente es seminarista en la diócesis de Aviñón y se está preparando para ser sacerdote de Jesucristo. «En la palabra ‘abandonar’ está la palabra ‘donar’» ―afirma.
Ningún ser humano llamado a la vida está en la tierra casualmente. Dios tiene un plan concreto para cada uno de nosotros, como lo tuvo para Emmanuel. Si cumplimos su voluntad y realizamos la tarea que Él nos encomendó, a pesar de los obstáculos y las dificultades, alcanzaremos la felicidad y nuestra vida dará frutos abundantes.
Mientras en la Iglesia brotan nuevas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, es una señal de que la Iglesia vive y tiene rostro joven. Cada vocación es una caricia del Padre hacia nosotros, significa que Dios no se olvida de su pueblo y no deja a su rebaño sin pastores. Donde hay violencia o persecución religiosa, cada nueva vocación es un rayo de luz en medio de oscuridad; en las comunidades cristianas marcadas por el sufrimiento, despierta esperanza. Cuando miramos tanto al pasado como al presente, nos damos cuenta de que Dios jamás deja de despertar las vocaciones sacerdotales incluso en los momentos más oscuros y trágicos de la historia de la Iglesia. No sin razón, durante la Cristiada, San Rafael Guizar y Valencia, obispo de Veracruz, cuando las autoridades gubernamentales intentaron clausurar todos los seminarios en México, dijo: «Un obispo puede carecer de catedral, báculo y mitra, pero no de seminario».
Hoy, los jóvenes, viven en medio de muchas distracciones y falsas promesas de felicidad que les ofrece el mundo. Miles de mensajes de whatsapp, las redes sociales y los programas de televisión no les permiten vivir los momentos de silencio y reflexión interior. Necesitan el apoyo de toda la comunidad para crecer espiritualmente y poder escuchar la llamada de Cristo. Recemos pues por las vocaciones y por nuestros seminaristas.
Por Dominik Kustra