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Ideología contra sabiduría

El rechazo y sarta de comentarios adversos al nuevo gobierno de los Estados Unidos eran de esperarse y, algunos de ellos, merecidos. Fundamentalmente se deben al contenido agresivo e inmediato cumplimiento de las promesas de campaña política que hiciera el actual presidente. Las está cumpliendo y mostramos sorpresa. Nos cuesta asimilar este proceder porque estamos habituados a escuchar promesas de campañas políticas sin verlas jamás cumplidas. Aquí está nuestro punto débil. Ni creímos, ni analizamos con mesura, ni prevenimos con sabiduría y eficacia sus consecuencias. Tenemos razones y principios valederos, pero los malos hábitos nos cobran su tributo. Proclamamos y defendemos la legalidad, pero siempre tenemos una coartada mejor. En el caso concreto estamos habituados a distinguir entre el candidato y el gobernante, y ahora resulta que son lo mismo y el mismo. Mostramos sorpresa para eludir responsabilidad. Esto equivale a vivir engañados y hasta gustar de serlo, fenómeno que ahora llaman “cultural” para evitar llamarlo “moral”. Otro engaño más.

Es evidente que se trata de un hecho moral. El ejercicio del poder tiene que ver con el bien y el mal de la sociedad y, por tanto, con la responsabilidad. Donde hay responsables, deben existir culpables, querámoslo o no. Lo difícil es dar con ellos. Para eso están las leyes e instituciones que imparten justicia. Al ciudadano corresponde analizar los procesos para aquilatar los resultados obtenidos y, quizá, encontrar remedio. Este discernimiento y posterior acoplamiento entre las cosas, las acciones de las personas y sus fines e intenciones, es lo que se llama sabiduría. Sabiduría no es sólo saber lo que se debe y saber cómo hacerlo, sino reconocer los propios límites. La sabiduría en el gobernante consiste en el equilibrio entre lo que se sabe y lo que se puede, para que la nave llegue al puerto.

En la  Biblia se alaba, como ejemplo de gobernante, al rey Salomón. Ante la responsabilidad de gobernar a un pueblo numeroso, pidió a Dios, no riqueza ni poder, sino  sabiduría. La sabiduría –dijo-, “la que está ante el trono de Dios”, la sabiduría con que Dios creó y gobierna el universo. Gobernar con sabiduría será siempre acoplar la razón humana con el proyecto divino sobre el hombre y sobre el mundo. El diálogo y mutua ayuda entre la razón humana y el designio de Dios manifestado en su Palabra están hechos no para contradecirse ni imponerse el uno sobre el otro, sino para complementarse y armonizarse en la buena marcha de la sociedad. Esta sintonía en el mundo liberal y desacralizado no se entiende ni se quiere entender. Se aborrece.

El Papa Francisco, citando a san Juan Pablo II, comenta (21-I-2017) a la Rota Romana: “El hombre, cuanto más se aleja de la perspectiva de la fe, tanto más se expone al riesgo del fracaso y acaba por encontrarse en la situación del necio”. El necio, en la Biblia, no es sólo el que no sabe, sino el que se niega a saber. Y los adictos a la sinrazón suelen constituir un grupo social poderoso. El necio –añade el Papa-, “no sabe poner orden en su mente y mucho menos en la realidad. Cuando llega a afirmar ´Dios no existe´ (Cf. Salmo 14), muestra lo deficiente de su conocimiento y lo lejos que está de la verdad plena sobre las cosas, sobre su origen y su destino”. Las normas constitucionales de los llamados estados liberales, al eliminar por principio la autoridad de Dios, han cerrado su mente a la sabiduría y entronizado su ideología. Sólo ofrecen su limitado y triste saber.

Por Mons. Mario De Gasperín Gasperín