La noche de pascua es verdaderamente feliz, la noche más luminosa que el día, la noche en que se une lo humano con lo divino, la noche de Cristo, la noche del mundo entero, la noche del hombre nuevo. Lo que caracteriza a la Pascua es lo nuevo. Cristo es el hombre nuevo, que surge del sepulcro para hacer un pueblo nuevo, una nueva creación.
En la liturgia se empieza bendiciendo el fuego nuevo. Después se enciende la luz nueva, símbolo de Cristo. Y en esa luz se enciende también nuestro propio cirio, la luz nueva. Luego se bendice el agua nueva.
¿No les parece que es la noche propicia para que todos nosotros nos hagamos hombres nuevos en Cristo Jesús por la fuerza del Espíritu? ¿No les parece que lo que el mundo está esperando de nosotros, los cristianos, es que reflejemos constantemente ese hombre nuevo al cual aspira la humanidad entera?
Esta noche, al renovar las promesas bautismales, vamos con los cirios encendidos en nuestras manos, vamos a comprometernos definitivamente con Cristo y con los hombres.
El hombre nuevo es el hombre de la luz. Esta noche hemos encendido nuestro cirio en la luz de Cristo y después nos hemos pasado esta luz. Un día hemos sido iluminados en Cristo por el Bautismo. «Vosotros erais tinieblas ‑ dice San Pablo ‑ y ahora sois luz en Cristo. Obrad como hijos de la luz; las obras de la luz son la verdad, la justicia y el amor».
Pero no se enciende la luz para que la guardemos o para que la escondamos debajo de la cama. Se enciende para que ilumine nuestro camino, para que brille ante los hombres, para que penetre la oscuridad de nuestro tiempo.
Ser luz del Señor es vivir por medio de la fe los acontecimientos de la historia, comprometer la fe en lo cotidiano, en la vida concreta, ser hombres de fe. Ser testigos de la luz es irradiar la fe, proclamarla y realizarla. El hombre nuevo es el hombre de la luz, es el hombre de la fe.
El hombre nuevo es; el hombre de la esperanza. En la noche de la esperanza pascual, en que nuestros ánimos abatidos, cansados y pesimistas tienen que resucitar con Cristo y vivir el gozo de la esperanza. No nos apoyamos en nosotros mismos: somos pobres, flojos y miserables. Y no nos apoyamos tampoco en los hombres: vemos como tambalean y cambian. Nos apoyamos únicamente en la Luz que es Cristo, en la seguridad y firmeza que es el Señor.
Esperar es caminar, esperar es comprometerse. La esperanza es actividad, es creación. No es cruzarnos de brazos y esperar tiempos mejores. Cada uno de nosotros tiene que hacer algo: convertirse en hombre nuevo, crear una sociedad nueva, crear estructuras nuevas. La esperanza es compromiso, es actividad, es creación.
El hombre nuevo es el hombre de la comunión. Ésta es la noche de la fraternidad, de la comunión de hermanos. Es sentirse apoyados en el misterioso peregrino de Emaús que camina con nosotros: Jesús en persona. Es sentirnos acompañados por nuestros hermanos, que van al lado nuestro.
El hombre nuevo que queremos ser, tiene que comprometerse a vivir más en auténtica y profunda comunión fraterna. El mundo cambiaría mucho, si los cristianos fuéramos verdaderamente hermanos. Hermanos en un amor que nos lleva a hacer que el pobre no sea tan pobre, a hacer que el hermano no se sienta tan cansado y desalentado, a hacer que no sea tan marginado, a que viva más como hombre.
Queridos hermanos, les deseo a Uds. una vida nueva. Que seamos hombres nuevos, es decir, hombres de luz, hombres de esperanza, hombres de comunión.
Y así haremos la Iglesia que el mundo de hoy necesita, haremos la Iglesia nueva, haremos la Iglesia pascual.
Que la Sma. Virgen, en cuyo corazón nació la Iglesia, haga que nazca de nuevo la Iglesia en nosotros, una Iglesia pascual, y que la irradiemos generosamente a los hombres.