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¿Qué es resucitar?

La fe en la resurrección de Cristo es el hecho básico y fundamental para la Iglesia. Sin ella no existiría. Sin este acontecimiento, nada de lo que hizo y predicó Jesucristo tendría algún valor. No habría salvación para la humanidad. Si no hubiera resucitado, Jesucristo hubiera sido un hombre ejemplar y maravilloso, pero no habría superado los límites de lo humano. Ni su nacimiento, ni su predicación, ni sus milagros, ni su dolorosa pasión habrían aportado algo nuevo a la humanidad. San Pablo es muy claro: “Si Cristo no resucitó, entonces es vana nuestra predicación, y vana también la fe de ustedes…, y siguen en sus pecados” (1Cor 15,14). “Vano” significa vacío, sin contenido. La resurrección es un hecho real y verdadero. Los Evangelios la describen como un “encuentro” personal del Resucitado con los discípulos. Es algo nuevo, primero titubeante, pero que cambia a las personas. Distingamos bien:

  1. Jesucristo resucitado no es alguien que haya retornado a la vida biológica normal, para volver a morir, como sucedió con Lázaro.
  2. Jesús tampoco no es fantasma o un espíritu o un alma de alguien que haya muerto y supuestamente haya retornado a este mundo.
  3. La resurrección de Jesucristo tampoco es alguien que haya tenido una “experiencia mística” o “éxtasis” como lo han tendido algunos Santos, como san Pablo o santa Teresa.
  4. Mucho menos es, como dijo un niño del catecismo, que se volvió “virtual”.

Entonces, ¿qué es, cuál es la condición de Cristo resucitado? El Papa Benedicto XVI, en su libro sobre “Jesús de Nazaret”, lo explica así: “Es un acontecimiento dentro de la historia que, sin embargo, quebranta el ámbito de la historia y va más allá de ella… Da como un ´salto cualitativo´ radical que entreabre una nueva dimensión de la vida, del ser del hombre. Más aún, la materia misma es transformada en un nuevo género de realidad. El hombre Jesús, con su mismo cuerpo, pertenece ahora totalmente a la esfera de lo divino y eterno” (Pg. 317. Ha habido, por tanto, una superación y transformación de la naturaleza humana de Cristo, de su carne y de su sangre, y ha entrado en una dimensión propia de Dios. El Crucificado es el Resucitado. Nuestra carne mortal, asumida por Cristo, ha adquirido una dimensión divina, de eternidad. Por eso, por la muerte y resurrección de Cristo, hermano nuestro, el hombre tiene la posibilidad de entrar de nuevo en comunión con Dios. Esta es la salvación y la vida eterna. En Cristo y por Cristo muerto y resucitado, el hombre y la creación entera, creada buena pero perturbada  por el pecado, se reintegran en el plan original de Dios. Nuestra carne y nuestra sangre, junto con todos los elementos de la creación asumidos en la persona de Cristo, son re-creados y re-hechos según el proyecto original de Dios. Vuelven a entrar en comunión con Dios, a participar de su vida divina y a estar con Él. Es la salvación. En la santa Eucaristía tenemos un adelanto: el  cuerpo y la sangre de Cristo resucitado; al comerlo se siembra en nosotros el remedio contra la muerte y la  semilla de la resurrección.

Concluyo con el Papa: “Sólo si Jesús ha resucitado ha sucedido algo verdaderamente nuevo que cambia el mundo y la situación del hombre. Entonces Él, Jesús, se convierte en el criterio del que podemos fiarnos. Pues, ahora, Dios se ha manifestado verdaderamente” (Pg. 282). Esta es la novedad, irrepetible e insuperable, que sostiene a los discípulos de Jesucristo: “Espero la resurrección de los muertos y la vida eterna”. Amén.

Por Mons. Mario De Gasperín Gasperín