Llegan unas nuevas elecciones. Hay tensión y alarma. Un partido señalado como peligroso podría ocupar el primer lugar entre los votantes.
Las agencias informativas tiemblan. Los organismos internacionales muestran su inquietud. Importantes personajes avisan ante el peligro inminente.
Por fin se conocen los resultados. Sensación general de alivio. Se ha evitado lo peor. Han vencido “los buenos”. O, al menos, no han ganado “los malos”.
Este tipo de situaciones muestran, por un lado, que en las democracias pueden vencer partidos que defienden programas peligrosos, injustos, incluso belicistas.
Pero, al mismo tiempo, se percibe una extraña manera de juzgar quiénes son “los buenos” y quiénes son “los malos”, según los parámetros escogidos para lanzar alarmas.
Se constata, por ejemplo, cómo muchos consideran peligrosos aquellos partidos acusados de xenofobia, o violentos, o antiinmigrantes, o antiglobalización, o populistas.
Al mismo tiempo, muchos entre quienes temen a esos partidos se muestran indiferentes, o tal vez incluso aplauden, a otros partidos que defienden el aborto, la eutanasia, la liberalización de las drogas, la destrucción de la familia.
Se nota, entonces, que para algunos solo son malos los que tienen algunas propuestas injustas, pero no lo son otros que defienden otras injusticias, algunas de enorme gravedad, como el aborto.
Más allá de este tipo de condenas selectivas, hace falta ir a fondo y reconocer, sin miedo, que las democracias en las que todo puede ser discutido están heridas por un veneno mortal.
Ese veneno deja abiertos espacios en los que pueden triunfar partidos que promueven injusticias de todo tipo, que van desde el racismo hasta la eutanasia, desde el odio al extranjero hasta el desprecio hacia una minoría lingüística.
Ciertamente (afortunadamente) son pocos los partidos que asumen un programa completamente nefasto. Pero allí donde haya propuestas injustas debe haber condenas y alarmas, sean defendidas por grupos de “derechas” o de “izquierdas”, por socialistas o por liberales.
Solo entonces quienes promueven verdaderamente la cultura, quienes trabajan en los medios de información, o quienes tienen responsabilidades públicas, dirigirán sus avisos y alarmas con una mirada de amplio respiro, para denunciar cualquier injusticia, sea propuesta por unos o por otros, y para defender los derechos de todos, especialmente de los más débiles y vulnerables.
Por P. Fernando Pascual