Son muchos los clericalismos, unos añejos y otros muy nuevos.
Surge la palabra por algunos clérigos que creen saber más en todos los asuntos que cualquier otra persona y por tanto pontifican al rudo hombre de campo o a la abuela sobre cómo ordeñar a la vaca o cómo untarle la masa a la hoja del tamal. “Somos los curas”, piensan, y sus avanzados estudios y el Espíritu Santo, por supuesto, los hacen mejores en todo. Así, nadie como ellos en, inclusive, sacarle la punta a un lápiz o el atar las agujetas a los zapatos, no hablemos de política partidista o aun de futbol, es más, de decirle al niño la manera correcta de bailar su trompo.
Este clericalismo es rarísimo hoy. Más común es el practicado por algunos laicos demasiado comprometidos con su líder, el cura. Son quienes van a preguntarle sobre la mejor ruta para ir a trabajar o sobre si la marca de papilla que compraron para el bebito es la adecuada, no vayan con ella a inducirlos a pecado mortal. Consideran que el cura siempre obra in persona Christi, y por tanto puede instruirlos incluso sobre el champú anticaspa o sobre el mejor destino para sus vacaciones.
Entre los laicos, hay otro tipo de clericales: quienes consideran que todas las actividades de un consagrado son siempre superiores a las de un laico. Entonces el laico prefiere pasarse la vida rezando, aun en la oficina, en lugar de atender al público que solicita sus servicios; o le ofrece piadosos consuelos al enfermo en vez de acercarle la medicina. Si universitario, deja de estudiar antes del examen para encomendarse sólo al Ángel Guardián, y olvida la observación de san Josemaría Escrivá de que “Una hora de estudio, para un apóstol moderno, es una hora de oración”. Estos laicos demasiado píos prefieren estar siempre en el templo que en su casa o en su trabajo. Por tanto, hay mujeres tan devotas que, en lugar de preocuparse por vestir a sus hijos o atender a su esposo, prefieren vestir a los santos y darle de comer al cura.
Hay quienes reclaman que las mujeres también sean sacerdotes para así “empoderarse”, como si ser sacerdote consistiera en ser mandamás y no una entrega completa de servicio. Detrás de ese reclamo existe una fuerte dosis de clericalismo porque supone que los sacerdotes son siempre superiores en todo. Esto, como dijimos, es lo que define al clericalismo. Supone que otras actividades como ser religiosas, ser profesionistas, ser mamás o papás son actividades menores que le importan poco a Dios, como si no nos hubiera invitado a tan nobles vocaciones, y no fueran parte integral de su plan divino.
Pero hablemos de los nuevos clericalismos porque en la cultura contemporánea la religión no ocupa un lugar central. Los gobiernos son “laicos” si no es que anti-religiosos o ateos. La educación y las comunicaciones públicas prescinden de cualquier referencia a Dios, si no es que lo tratan como superstición o folklore propio de pueblos atrasados. El clero, por tanto, no goza de ningún reconocimiento especial en esta sociedad secularizada. ¿Es que entonces se acabó el clericalismo? De ninguna manera. Hoy abundan los nuevos clérigos, y junto con ellos, florece un nuevo clericalismo.
El profesor Jirafales, el del Chavo del 8, retrata a no pocos maestros de escuela. Él, como es “El Profesor”, sabe más que cualquiera en todos los asuntos, y a todos los anda sermoneando. Si no está alguien de acuerdo con él dice “Ta, ta, ta”, mientras se enfurece, como si hubiese el disconforme pronunciado una herejía. Aunque no viva en la vecindad, es él, por ser el maestro, quien decide cómo se hacen las fiestas y cuándo. Hoy no pocos maestros se autodefinen como líderes de sus comunidades sin preguntarse siquiera si alguien voto por ellos, al igual que algunos actores de organizaciones civiles quienes, por sólo fundarlas, se dicen representantes de todos los ciudadanos. ¡Ojo!, porque hacen ruido se les escucha más a ellos que a las mayorías silenciosas.
Pero no sólo se da el clericalismo en el magisterio. Ahí está también el médico que impone a todas sus pacientes no sólo el número de hijos (en lo posible ninguno) sino también les indica cómo tener sexo con su marido. La paciente debe obedecer porque él es “El Médico”. Ahí está también quien, tras oír la última moda intelectualoide, es “experto en arte” y define como sublime un adefesio sacrílego mientras se burla del “populacho” que prefiere un poema a la madre. ¡Ah!, porque “el experto” habló, es el adefesio el que exhiben en el museo. Está también el químico quien, por ser profesor universitario y no tener evidencias químicas de Dios, postula su inexistencia y todos debemos por tanto creerle: es lo que enseña en la universidad. Están algunos psicólogos quienes te dicen, según la teoría del género, que ni eres varón ni mujer sino lo que quieras. Por ser ellos los psicólogos, a ignorar toda la evidencia física que te muestra lo contrario. Están algunos sociólogos que tras confundir los ritos con la religión acaban diciendo que las religiones son sólo rituales. Hay, en fin, multitudes que reconocen a ésos como nuevos clérigos y aceptan lo que ellos pronuncian con más “fe” que un disciplinante.
Y los nuevos clérigos son tan clericales que, aunque rechazan la verdadera religión, acaban practicando y promoviendo su remedo. No es que me oponga al recuerdo de los héroes, pero eso de los lunes con honores a la bandera pinta tanto a “liturgia” que hasta simpatizo con los Testigos de Jehová. Sin reconocer ya al verdadero Dios, los nuevos clérigos adoran ahora a la Madre Tierra. Se burlan de los viernes de Cuaresma, pero te miran feo si no adoptas los “lunes sin carne”. Y aunque se ríen de quien practica la pureza y castidad, nos exigen la “pureza de cuerpo” con productos orgánicos, vegetarianos, naturales (salvo los anticonceptivos, esos sí).
Por Arturo Zárate Ruiz