Hace mucho tiempo en mí apostolado difundiendo la revista Inquietud Nueva en el estado de San Luis Potosí platiqué con una familia y principalmente con el adulto más grande de ella. Estaba algo enfermo, pero aun así pudimos reír e intercambiar chistes, platicar de la vida y de cómo son los tiempos de ahora y como eran antes. Cuando nos despedimos nos prometió que para una próxima visita nos daría él mismo de comer algo que sabía preparar muy bien.
Pasaron cuatro meses y nuevamente me tocó ir a ese estado. Llegamos un sábado, nos invitaron a comer a la boda de la hija de la señora con la que había platicado en mi última visita. Cuando la vi, inmediatamente me busco y entre el bullicio de la gente le salude, me dijo algo que no alcance a percibir. Pero era algo sobre hacer oración. En verdad no pude escuchar, era muy fuerte el ruido de la música que había en el salón.
No pudimos platicar mucho, ella tenía que estar atendiendo a los invitados de su hija. Al día siguiente su nuera nos invitó a comer y su esposo fue por nosotros a la parroquia donde nos encontrábamos difundiendo la revista. De camino a su casa me dijo que le daba mucho gusto conocerme. Después me preguntó que si yo había platicado con su papá antes de que muriera. Yo me quedé sorprendido pues no sabía que su papá había muerto. Le dije que era cierto, que incluso habíamos contado unos chistes y chascarrillos muy a su estilo y el mío. Noté pues que su hijo estaba agradecido porque yo había platicado con su papá antes de morir.
Estando ya en casa platiqué con la esposa del señor que había fallecido, nos contó que él había sido su único amor y su único novio y ahora que se había ido, lo extrañaba mucho. Recordó que a los 13 años se habían hecho novios, que su mamá se opuso rotundamente a esa relación; una por la edad y otra porque el pretendiente era pobre y de familia separada. Pero siguieron siendo novios. Y a pesar de que a ella se la llevaron a vivir a otro estado de la República, él iba a verla cada mes. Su novio como no tenía dinero donaba sangre para juntar algo y poder viajar para ver al amor de su vida. Así, a los 18 años se casaron hasta que la muerte los separo, faltando 2 años para cumplir 50 de casados.
Realmente ese amor era tan fuerte que no hubo barreras para eliminarlo. Al final le agradecí que me hubiera contado ese bonito testimonio de amor y fidelidad. Hoy lo llevo tan presente en mi vida que me inspira para siempre luchar por lo que amo, mi vocación.
¿Y tú, luchas por lo que amas?
Hasta la próxima.