El uso de las palabras ayuda o dificulta a la hora de comprender algunos aspectos de la realidad. En parte, porque ciertas palabras son claras y otras confusas. En parte, porque hay palabras que encierran valoraciones y otras que parecen más neutrales.
Imaginemos, por ejemplo, qué ocurriría si una acción como el robo fuese designada con expresiones como “apropiación indebida de bienes ajenos”, “suspensión temporánea del derecho de propiedad”, “traslado involuntario de objetos entre personas de diferente categoría patrimonial”, etc.
La palabra “robo” provoca, casi naturalmente, condena, rechazo, desagrado. En cambio, hablar de “suspensión temporánea del derecho de propiedad” puede parecer más aséptico y, desde luego, menos emotivo.
Si el ejemplo anterior parece casi ridículo, la realidad es que algunos han introducido, y en ocasiones han hecho triunfar, expresiones alternativas a palabras hasta ahora habituales para referirse a realidades que merecen una atención especial.
El caso del aborto es bastante claro. Hablar de aborto inducido o provocado, durante siglos, servía para identificar una acción por la cual la mujer (u otras personas a través de presiones o incluso de violencia) eliminaba, mataba, a su hijo antes de nacer.
Con la aprobación del aborto en muchos países, se han elaborado y difundido expresiones y fórmulas menos explícitas y lejanas a posibles valoraciones éticas. Por ejemplo, hay quienes hablan de “interrupción voluntaria del embarazo”, “supresión voluntaria del embarazo”, o, simplemente “IVG”.
Si resultaría anómalo, incluso casi ridículo, hablar del robo como de “traslado involuntario de objetos entre personas de diferente categoría patrimonial”, o inventar la sigla “TIOPDCP”, ¿por qué se han difundido, incluso con leyes concretas, expresiones que evitan la palabra aborto y recurren a circunlocuciones más o menos rebuscadas?
La respuesta es obvia: para evitar connotaciones valoriales presentes en palabras de uso común, y para oscurecer lo que ocurre en cada aborto: provocar la muerte (asesinato) de un ser humano inocente, de un hijo en el seno de su propia madre.
Las palabras han tenido y tienen su importancia en la vida social. No sólo porque nos ayudan a comunicarnos sobre conceptos que sirven para aprender y convivir, sino, sobre todo, porque un buen uso de las mismas permite identificar mejor hechos y situaciones que merecen una correcta valoración ética y, en los casos que lo ameriten, intervenciones para defender a los débiles ante los abusos de los fuertes.
Por el P. Fernando Pascual