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¿Y si tomamos en serio a la educación?

El más grande investigador de la educación en México fue don Pablo Latapí Sarre (Ciudad de México 1927-2009).  Fundador del Centro de Estudios Educativos, de la Revista Latinoamericana de Estudios Educativos y de muchas otras iniciativas, dejó, como legado, una síntesis de propuestas para educar bien a nuestros niños, jóvenes y universitarios.  Pero sobre todo a nuestros niños: es ahí donde se siembra la semilla del cambio, la palanca del desarrollo, de la justicia, de la convivencia y de la paz.

El ideario está resumido (por Gabriel Zaid) del libro Una buena educación: reflexiones sobre la calidad.  Universidad de Colima, 2008):

  1.  Educar bien es formar el carácter: la disposición moral de la persona, su temperamento y compostura, la congruencia entre pensar y obrar.  Aceptar el esfuerzo necesario para la autorrealización, esfuerzo que requiere disciplina en el uso del tiempo.
  2. La inteligencia se educa por medio del lenguaje.  Pensamos porque hablamos, pensamos como hablamos.  Una inteligencia bien educada tiene conocimientos generales para ubicarse en el mundo (cultura general), tiene sentido crítico y capacidad para desempeñar tareas productivas.
  3. Hay que educar los sentimientos, porque también pensamos con el corazón, al grado de que la aceptación o rechazo de un argumento, se liga a nuestras simpatías, antipatías, prejuicios y deseos. El éxito es importante pero no lo es todo.  Hay muchos exitosos que son analfabetos en sus sentimientos.
  4. Hay que educar para la libertad y su ejercicio responsable.  En la libertad culminan el carácter, la inteligencia y los sentimientos.  La libertad incluye el respeto a sí mismo y la capacidad de reírnos de nuestras debilidades; nos da autonomía moral para construir el bien común e integra valores y deseo.

Como buen ex jesuita, don Pablo Latapí pensaba que “llegar a creer en algo (o en alguien o en Alguien) para darle sentido a la vida, es tan necesario como mantener vivo el asombro ante los esplendores de cada puesta de sol y todos los milagros de la vida cotidiana”.

En el artículo de REFORMA (25 de marzo de 2012), en el que Gabriel Zaid desarrollaba estos ideales del maestro Latapí, subraya lo siguiente:  “Desgraciadamente, en México estamos lejos de esos ideales.  Alguna vez, un secretario de Agricultura declaró famosamente: los campesinos están organizados para votar, no para producir.  Hoy los maestros están organizados, no para educar, sino para votar, o peor aún: apoderarse de las calles”.

¿Cuál es la salida? 

La organización civil “Mexicanos Primero” tiene el siguiente panorama:

Un estudio de la organización no gubernamental Mexicanos Primero señala: “Entre el 97 y el 99 % de cada generación escolarizable se inscribe puntualmente en la primaria, pero solo 23 % egresa del bachillerato con una trayectoria ininterrumpida y en la edad normativa.  De seguir la tendencia, para 2024 esta cifra habrá crecido solo hasta 45 %”.

¿Esto marca un progreso?  En términos reales, sí; en términos de capacidad educativa con respecto al resto del mundo, no.  Que 43 o 44 de cada 100 que se inscriben en primaria hoy salgan del ciclo de educación básica en 2024, deja a México “fuera de la jugada” internacional, con la consiguiente expulsión de indocumentados a Estados Unidos y explotación de mano de obra barata, no calificada, con empleos miserables.

Mexicanos Primero, de manera realista, pide que para 2024 sea el 85 % de los que se inscriben en primaria los que egresen, en tiempo y forma, del bachillerato.  ¿Se podría lograr?

El tema pasa, en primerísimo lugar, por el gobierno.  En su libro Andante con brío. Memoria de mis interacciones con los secretarios de Educación (1963-2006) don Pablo Latapí sentencia: “la educación no ha sido verdadera prioridad para ningún gobierno de la República –me refiero a prioridad en serio—como lo fue hace 50 años para Corea del Sur o hace 30 para los tigres asiáticos”.

Nunca se ha asumido la educación como prioridad nacional.  Gobierno, ciudadanos, recursos, obligaciones, visión de conjunto, honestidad, trabajo, amor por la Patria. Y mientras esto no se cumpla, seguiremos siendo lo que somos: un país de segundo de secundaria.  A lo mejor de tercero de secundaria, o de primero de bachillerato en promedio.  Pero hasta ahí.

Por Jaime Septién