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La vida más allá: la dignidad de la mujer

Todos conocemos el contenido de una de las más grandes fiestas de la Santísima Virgen, su Asunción: María fue llevada al cielo con su alma y con su cuerpo. Ella es el único ser humano, excepto el Hombre-Dios, que está en el cielo con su cuerpo. Y ahora nos preguntamos qué Dios quiere decirnos por medio de este dogma de la Asunción.

La Virgen glorificada en el cielo es, en primer lugar, un signo de esperanza y de promesa para nosotros. En Ella podemos ver prefigurado nuestro propio destino. La idea de la muerte hace temblar a muchos hombres. Es natural cierto temor ante lo desconocido, el dolor por la separación de una persona querida. Pero para muchos no se trata sólo de esto: en el fondo, no creen que también nuestros cuerpos resucitarán como el de Cristo. Piensan que después de la muerte llevaremos una especie de vida a medias,  como ánimas.

María, en el misterio de su Asunción en cuerpo y alma al cielo, nos recuerda que la plenitud del hombre se alcanza precisamente más allá de la muerte. Recién allá Cristo colmará nuestra alma y nuestro cuerpo de su vida nueva. Recién allá se alcanzará nuestra liberación definitiva, la liberación de la muerte. Por eso, sólo Cristo es nuestro verdadero Liberador, que nos resucitará a todos.

La Santísima Virgen fue la primera. Ella mereció seguirle a Cristo antes que nadie en su Resurrección, porque como nadie le siguió aquí en la tierra. Por eso, desde el cielo, María nos recuerda también la importancia de esta vida terrenal. Es en nuestra lucha de esta vida donde se va conquistando poco a poco nuestra Resurrección. Así habrá una continuidad total entre nuestra vida en la tierra y nuestra vida en el cielo.

Es interesante preguntarse por qué Dios quiso que el dogma de la Asunción fuera proclamado recién a finales del siglo XX. Consta, que esta fe en su glorificación corporal es de lo más antiguo en la Iglesia.

Sin duda, Dios quiso dar, por medio de este dogma, una respuesta a la ilusión del materialismo de nuestro tiempo.

Pero parece que Dios quiso proclamar además, en la imagen de la Asunta, la dignidad del cuerpo humano y, muy especialmente, del cuerpo de la mujer. Cada mujer nació para ser una imagen de María, para irradiar esa nobleza y realeza de María. Cuando encontramos niñas y mujeres así, nos emocionan, porque son como un recuerdo o un anticipo del cielo.

Sin embargo, nuestro mundo de hoy se esfuerza para destruir esta imagen noble de la mujer, reduciéndola a la simple categoría de instrumento de placer. Basta mirar las revistas para ver la imagen de mujer que se le vende hoy a las personas.

No podremos construir un nuevo mundo, si no forjarnos un tipo nuevo y digno de mujer, según la imagen de María. El idealismo, la moral y la fecundidad de un pueblo se mantienen o desmorona con sus mujeres.

Acusamos al mundo en que vivimos de ser frío e impersonal, en que el hombre se siente manipulado y explotado. Decimos que es un mundo, donde el hombre vale solo por la utilidad económica y política para los que tienen el poder. Esto se debe en gran parte a que vivimos en una sociedad masculinizada. Por el contrario, lo personal, lo familiar, lo acogedor, todo esto va precisamente en la línea de los valores propios de la mujer. Es propio de la mujer, dar alma, dar ambiente de hogar. Por eso, el mundo seguirá siendo frío, hasta que la mujer deje de renunciar a sus valores propios, para poder surgir en nuestra sociedad masculinizada.

Pidámosle a la Santísima Virgen que Ella resplandezca siempre ante nuestros ojos, que Ella nos inculque el sentido vivificador de la muerte, que Ella nos recuerde la dignidad y nobleza a que toda mujer está llamada. La mujer revestida del sol y coronada de estrellas así será la Gran Señal que nos guíe en la construcción de una nación nueva y mejorada.

Padre Nicolás Schwizer