Si Dios así lo quiere y las cosas no se tuercen Francisco será el primer Papa que pise suelo ruso, un hecho histórico si tenemos en cuenta que más de la mitad de los fieles ortodoxos viven actualmente en Rusia.
La Ortodoxia se separó de la Iglesia católica en el año 1054 por causas fundamentalmente políticas, aunque ocultas bajo excusas teológicas. Acercamientos posteriores volvieron a generar un clima de unidad, pero todos los esfuerzos fueron vanos: cuando los enviados ortodoxos regresaban de Roma sus acuerdos eran rechazados por los poderosos. Con el paso del tiempo se han generado, además, una serie de prejuicios que dificultan el entendimiento.
Pero ese entendimiento es posible: las cuestiones teológicas no son tan graves y sobre algunas de ellas (como el conflicto milenario respecto a algunas palabras del Credo) ya existe acuerdo. Otras como la ordenación de sacerdotes casados o la duración del ayuno eucarístico no deberían generar dificultades. Alguna más, como el papel del Obispo de Roma y el dogma de la Infalibilidad necesitarán de un trabajo intenso.
En todo caso, y como Francisco ha insistido muchas veces, las comisiones de los teólogos deben hacer su camino, pero lo decisivo es que los fieles de una y otra confesión se encuentren en la cercanía de Cristo, el esposo de la Iglesia a la que todos pertenecemos y que sólo es una.
El otro problema, el político, es más peliagudo. La Ortodoxia tiene un papel muy importante dentro del estado ruso lo que supone, también, que Putin tiene una influencia decisiva en la orientación internacional de la Ortodoxia. Esto significa que en el encuentro con el Patriarca Cirilo I tendrán mucha relevancia asuntos como la situación de Ucrania, y especialmente los greco-católicos de aquel país.
¿Podrá avanzarse en la unidad si no hay un cierto acuerdo, al menos temporal, sobre el complejo contexto ucraniano? Me temo que no. El propio Francisco ya señaló que si viaja a Rusia tendrá que ir enseguida a Ucrania, porque allí el conflicto con los ortodoxos es intenso y cotidiano, con heridas recientes que no sanarán fácilmente.
En todo caso es un viaje que abre a la esperanza. No podemos consentir una separación que es fruto de nuestro pecado y que nos avergüenza ante Cristo, quien dio la vida por nosotros y nos pidió que todos fuésemos uno.
Por Marcelo López Cambronero