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La importancia de la doctrina católica

Se acabaron las vacaciones. Los niños y los muchachos regresan a la escuela. Y regresan también a la catequesis y al catecumenado. Deben empaparse de la doctrina católica.

“¿Estudiar la doctrina católica, para qué?”, se preguntan algunos despistados, “si ya soy bueno”, dicen, “Dios me quiere porque me porto bien, no porque me ponga a leer el Catecismo, esté todo el día en el templo, y pase por mis dedos las cuentas del Rosario?”

Al despistado hay que contestarle: “Por supuesto que Dios ha elegido desde siempre a los que son buenos, pero ¿cómo sabes si eres bueno si no conoces en qué consiste serlo, según lo ha revelado Dios?”

Y eso es la doctrina cristiana, la revelación de Dios sobre sí mismo y sobre su voluntad respecto al hombre, que consiste en salvarlo y colmarlo de amor.

Conocer la doctrina nos previene además del error, en el que todos nosotros podemos caer por nuestras limitaciones humanas y por nuestros tres enemigos: diablo, carne y mundo. El diablo es el padre de la mentira y siempre está al acecho. La carne nos presenta siempre como buenos placeres ilícitos y efímeros. El mundo te ofrece fama, dinero y poder, también efímeros y muchas veces barrera para acercarnos a Dios.

Contra el error, la doctrina católica nos ofrece la verdad misma.

A los escépticos les parecerá mucha arrogancia la nuestra por “pretender poseer la verdad”. El hecho es que la poseemos, no porque sea nuestra, sino por la revelación de los profetas y la revelación del mismo Dios hecho hombre, Nuestro Señor Jesucristo. El mismo es “el Camino, la Verdad y la Vida”.

Esta revelación no es contraria a la razón, como lo han analizado muchos filósofos sensatos. Esta revelación gracias a la luz de la fe además amplía nuestros horizontes, los cuales se quedarían limitadísimos con solo la visión que nos ofrece la razón. Esta doctrina nos permite comprender así con mayor asombro las maravillas de Dios mismo y de su amor por nosotros.

Ninguna otra religión ni sistema de pensamiento nos puede ofrecer tanta luz como la que nos derrama la doctrina católica.

Las excelentes ciencias, aunque muy útiles, no nos revelan el fin y la bondad de las cosas, sólo su mecanismo.

Otras religiones se quedan cortas y caen en muchos errores por ser mero esfuerzo del hombre por conocer a Dios, y no regalo de Dios, quien se acerca al hombre.

Los musulmanes, por ejemplo, se imaginan el Cielo como una interminable boda con miles de mujeres vírgenes, cuando es una interminable boda con Dios mismo, quien excede cualquier bien imaginado, por supuesto, los efímeros placeres sexuales. Para los budistas, si es que tienen un Cielo, consistiría en la ausencia del dolor. Nosotros sabemos que es una plenitud de alegría, gozo y amor. Los musulmanes siempre consideran a Dios como inaccesible. Nosotros sabemos que rebasa todas las criaturas y aun así se hizo Hombre para permitirnos insertarnos en su vida de la manera más íntima. Los unitarianos piensan que Dios es sólo una persona. Nosotros sabemos que es un solo Dios y tres personas, que de no haberlas no habría Amor, el cual define a Dios mismo, pues no habría donación de la una a la otra, sino un eterno ensimismamiento. Y podría seguir.

Pero mejor ir a la catequesis y al catecumenado para aprender en detalle cuán grande y hermoso es Dios, y cuán bueno y amoroso es con nosotros.

Por Arturo Zárate Ruiz

Arturo Zárate Ruiz (México)
Arturo Zárate Ruiz es periodista desde 1974. Recibió el Premio Nacional de Periodismo en 1984. Es doctor en Artes de la Comunicación por la Universidad de Wisconsin, 1992. Desde 1993 es investigador en El Colegio de la Frontera Norte y estudia la cultura fronteriza y las controversias binacionales. Son muy diversas sus publicaciones.