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Cómo y para qué leer la Biblia

La Iglesia nos recomienda y exhorta a leer la santa Biblia. ¿Qué espera la Iglesia de nuestra lectura? Nosotros ¿qué buscamos cuando nos acercamos a la Sagrada Escritura? Porque podemos buscar y esperar muchas cosas. Podemos buscar “vidas edificantes” y, quizás, nos llevemos una decepción, porque allí aparecen también conductas extraviadas. O buscamos “literatura” y, en esto, no andamos tan desacertados, porque la Biblia tiene páginas de alta calidad literaria, como son los escritos de Isaías, el drama de Job, la poesía del Cantar de los Cantares, la reflexión sapiencial en los Proverbios o en el Qohelet, sólo por hablar del Antiguo Testamento. Pero también hay escritores bastante barrocos, como Ezequiel, y pesados como buena parte del Levítico con sus rúbricas y ceremonias. Son páginas difíciles, pero también de utilidad. Por algo están allí. Hay literatura para todos los gustos y múltiples géneros literarios. Por algo Biblia significa biblioteca.

También podemos acercarnos con intención de encontrar alimento piadoso o sentimental. No faltan pasajes de ese género, pero no es lo más común, porque la Biblia no es precisamente un libro piadoso, sino religioso. Que no es lo mismo. Los sentimientos son difíciles de manejar, y más los religiosos. La Biblia siempre lo hace con recato y control, ejemplo que ha seguido la Iglesia. La sobriedad debe regular la piedad. El Padre Ricciotti, en su famosa “Vida de Jesucristo”, dice que se acercó a los hechos de la vida de Jesús como lo hacen los Evangelios, “sin ninguna manifestación de alegría cuando nace, ni una exclamación de lamento cuando muere”, sino que deja que los hechos hablen por sí mismos, como hacen los Evangelios. Este es el modelo de oración y piedad que siguió la Iglesia en su oración oficial, en la liturgia, que a algunos parece demasiado austera y buscan remediar erróneamente con prácticas y cánticos sentimentales.

También existe el acercamiento “histórico”. En la Biblia encontramos hechos históricos, reales y verídicos, pero interpretados por un pueblo creyente, que más que los hechos “brutos”, busca en ellos el “sentido” de los mismos, y así descubre en los acontecimientos el paso de Dios en medio de su pueblo. Hay, pues, historia en la Biblia, pero historia interpretada y vista a los ojos de un creyente y no de un racionalista o de un curioso. Más perdido se halla quien busca datos “científicos” sobre el origen del mundo o del hombre, queriendo hacer de Moisés un Einstein o un Darwin. Yerran éstos de plano, porque la Biblia enseña “no cómo van los cielos, sino cómo se va al cielo”. Su verdad es de orden religioso, no científico. No dice cómo se hicieron las cosas, sino para qué son las cosas; no cómo fue hecho el hombre, sino quién es el hombre. La Biblia nos descubre el sentido y el destino del universo y del hombre frente a su Creador.

Para enseñarnos a comprender este sentido y finalidad del hombre y del universo, los autores bíblicos, inspirados por Dios, observan e interpretan los acontecimientos de su tiempo, y, en una dramática escenificación que llamamos “Historia de la Salvación”, nos descubren el sentido del universo, de la humanidad y de toda la historia humana. Del Génesis al Apocalipsis. La Iglesia nos recomienda el estudio de la Biblia, para que allí aprendamos a mirar, como en un espejo, nuestra historia y nuestra vida. La Biblia es el reflejo de la historia humana vista por los ojos de Dios para que nosotros sepamos descubrir en ella su presencia, aprendamos a caminar con Él, y nos salvemos.

Por Mons. Mario De Gasperín Gasperín