Urge que nuestros sacerdotes y otros líderes religiosos prediquen, sin respetos mundanos, contra la corrupción que asfixia a México. Al menos tres son las razones:
1. La corrupción es un mal muy extendido y dañino para nuestra nación.
2. Este problema no se resolverá si los mexicanos no ponemos manos a la obra. Los sacerdotes pueden detonar nuestra movilización.
3. Muchas almas se perderán si los sacerdotes no les advierten claramente a los corruptos sobre el infierno que les espera por ladrones y por muchos otros pecados. Sucede que los católicos no debemos desear ni alegrarnos porque el diablo finalmente se lleve al Averno a los malos. Los católicos debemos preocuparnos, como Cristo, por rescatar a todo pecador, especialmente a aquellos que más necesitan justo ahora de la Misericordia divina.
El grado de impunidad, asociado a la corrupción, es extremo en México. Apenas un delincuente de cada 100 llega a pisar la cárcel. Esa impunidad explica la terrible inseguridad pública que nos aqueja, la violencia y sus millones de víctimas, el clima de desconfianza y sospecha, el resquebrajamiento del tejido social, el florecimiento del crimen organizado y la cultura de la ilegalidad, la proliferación de la corrupción gracias a huecos legales e institucionales, el deterioro social, político y económico, las desigualdades extremas fundadas en el privilegio, la blandura y tolerancia a los crímenes de los ricos y poderosos, la extorsión generalizada, el descrédito de muchas luchas políticas, aun las más nobles, por inscribirse en un contexto de corrupción, de chantaje y de desconfianza.
La corrupción no es ahora un problema imputable sólo a este líder o su partido, sino a todos los bandos políticos, aun los que presumen de ultra píos o de extrema avanzada, y a todas las esferas de gobierno: federal, estatal y municipal; ejecutivo, legislativo y judicial. He allí que sólo un 2.48% de 16 mil candidatos en las elecciones de 2015 cumplieron la demanda opcional 3 de 3 en el portal de internet “candidatos transparentes”, según se lo solicitó el Instituto Mexicano para la Competitividad. Este porcentaje sugiere que una gran mayoría de nuestra clase política o es muy tonta porque no sabe hacer esas declaraciones, o no las quiere hacer porque exhiben su corrupción, o ambas cosas. Según explica Luis Ugalde, sufrimos “una parranda sin control” porque nuestra democracia nació sin instituciones que vigilasen y transparentasen los recursos que reciben los crecientes organismos políticos que nos ha traído la democracia; reciben subvenciones multimillonarias de las que no rinden ninguna cuenta.
La corrupción en México también se evidencia por las ofensivas desigualdades económicas que sufrimos. Habría alguna disculpa respecto a ellas si en México respondieran al mérito y al libre mercado. Pero la ofensa en México reside en que las diferencias se fundan, en gran medida, en gozar o no de privilegios, en pertenecer o no a la casta de los “juniors” o “mirreyes”, quienes constituyen el mundo de los hijos de los políticos o empresarios corruptos cuyas tres mil familias tienen ingresos de 84 mil pesos diarios, contra los 21 pesos que perciben diariamente más de tres millones y medio de familias más pobres.
Desgraciadamente no sólo nuestros políticos, sino también muchos de nuestros empresarios son corruptos. Un 67% de empresarios encuestados afirma que la corrupción es parte normal de hacer negocios, pues las empresas no consiguen contratos para obras y servicios al gobierno si la empresa no está dispuesta a dar un “moche”. El empresario competitivo es así desplazado por el incompetente que recibe el contrato tras aceptar ofrecer un soborno al funcionario. La obra así se encarece y pierde calidad. Y nuestra economía se hunde porque las empresas buenas que sí dan trabajo y venden buenos productos van a la quiebra.
No podemos seguir permitiendo estos niveles de impunidad y corrupción porque, de hacerlo, perderemos nuestra nación, es más, perderemos el Cielo por acabar arrastrados también en el estiércol de las transas.
Los sacerdotes, y los católicos en general, podemos contribuir mucho al cambio. Urge predicar con claridad contra la corrupción y las transas. Urge condenar errores morales como el de “el que no transa no avanza”. Urge advertir a los fieles católicos el que, si participamos en el mal, nos condenamos. Que el robar y mentir ciertamente están tan prohibidos que así lo ordenan los Mandamientos de la Ley de Dios.
Con el mero no participar nosotros en la corrupción, ya es una ganancia para la nación. Pero no nos debemos conformar con esto. Hemos de esforzarnos por la conversión de todos los mexicanos. Ciertamente por el bien de México. Pero también porque es mandato de Cristo el ir y convertir a los pecadores. Pues si los pecadores no nos convertimos, nos iremos al mismo Infierno. Y si eso no lo quiere Dios, tampoco debemos quererlo nosotros, aunque a veces, tras ver al ladrón revolcarse en nuestro dinero, nos den ganas de quemarlo en una hoguera eterna.
Por Arturo Zárate Ruiz