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Turismo sostenible

Tal vez el título pueda parecer sorprendente para una columna como ésta, pero lo cierto es que el Papa Francisco, junto al Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, se preocupa por los ataques a intereses turísticos que se están produciendo en todo el mundo, y que también son iluminados por una mirada cristiana.

El problema parece que se centra actualmente en España, con protestas en Ibiza, Palma de Mallorca, Barcelona o Valencia, pero en realidad es un problema mundial que afecta, o va a afectar en los próximos años, a todo el mundo. Desde Hong Kong a California, en Berlín y en Venecia, las reacciones en contra del exceso de turistas se suceden, e incluso se han producido incidentes en los que ha habido insultos, agresiones y hasta víctimas mortales.

En algunos lugares el problema fundamental es la convivencia, porque no es sencillo conseguir que quienes disfrutan de sus vacaciones respeten el ritmo de vida de los residentes; pero lo que constituye una dificultad mayor y cada vez más global es el auge de los pisos turísticos.

El crecimiento de plataformas como Airbnb en el centro de Querétaro o en la isla de Holbox es exponencial. Los propietarios enseguida constatan que son mucho más rentables los alquileres turísticos que los destinados a vivienda (entre el 40 y el 200%) y las consecuencias son demoledoras para los vecinos: los precios se disparan hasta expulsar a quienes tienen menos ingresos, el barrio se queda sin tiendas, comienza a perder su esencia y se llena de una “población flotante” que sustituye con rapidez a los habitantes del lugar.

Francisco, ante este fenómeno, ha insistido en la necesidad de un “turismo sostenible”. ¿En qué consiste? En controlar el número de visitantes y su efecto sobre los precios y el medio ambiente, de manera que el turismo beneficie a las poblaciones locales y no sólo a los grandes inversores. Porque el turismo masivo termina por ser muy rentable para unos pocos (normalmente grandes empresas que compran edificios enteros) mientras los jóvenes y las familias, las personas con menos ingresos, se ven obligadas a irse.

Hay que actuar antes de que el problema sea tan grave como sucede en otras ciudades, en las que ciertas áreas se han transformado en decorados de vida artificial por el que sólo pasean los turistas, porque es imposible vivir.

Por Marcelo López Cambronero