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Unidos en y por la Esperanza

Los cristianos no sólo tenemos esperanza: vivimos en la esperanza. Y desde luego la esperanza no es para nosotros un esfuerzo subjetivo en creer que “todo va a ir bien”, una especie de autoconvencimiento basado en “enfocarnos” en lo bueno ni ninguna otra absurda huida del mundo de esta índole. El cristiano vive en la esperanza porque vive en la realidad, incluso aunque lo real sea de una crudeza insoportable.

La esperanza es una certeza en el futuro que nace de una certeza presente, actual. Sólo quien ha conocido a Cristo, quien se lo ha encontrado en el camino, puede confiar en el futuro y en el presente a pesar de las penas que nos cercan. La victoria de Cristo es nuestra certeza, nuestra alegría y nuestra esperanza.

Es verdad que nuestra fe no nos ahorra los dolores de la vida, como tampoco Cristo se ahorró las angustias de la Cruz. Su cuerpo resucitado conserva las heridas como signo de que allí, en el sufrimiento, también triunfa el bien. La esperanza que mantenemos no es, por lo tanto, ni un engaño ni un “opio”. No es algo que nos impida ver la realidad sino, al contrario, lo que nos hace conocerla más allá de su superficie, en su misma esencia.

Hace unos días Francisco, en un saludo a los peruanos con motivo de su próxima visita apostólica en enero de 2018, recogía esta idea: “unidos en la esperanza”. ¿En qué nos une la esperanza? Es una pregunta interesante porque, podríamos decir, el encuentro con Cristo es personal y se produce en las circunstancias de cada uno. ¿Cómo puede producir al mismo tiempo algún tipo de unidad?

“No es unidad política”, indicaba el Papa. Porque una unidad política -tal y como utilizamos el lenguaje en la actualidad- supone el acuerdo intelectual en un proyecto a construir, y no se trata de esto: no es una unidad únicamente subjetiva (un acuerdo en los fines). Hablamos de una unidad que se da en la comunión, es decir, al poner a Cristo en el centro de la vida, al hacernos Él miembros de su cuerpo. Él nos hace a nosotros miembros de su cuerpo, nos une a través de Él y en Él y así surge una unidad espiritual que atraviesa el espacio y el tiempo, dando lugar a la comunión de los santos.

Por Marcelo López Cambronero