Así de sencillo: mi vida cristiana consiste en acoger tu Amor.
Porque ese Amor da sentido a mi existencia: fui creado simplemente porque me amabas.
Porque ese Amor fue el inicio de mi vida cristiana, cuando recibí el bautismo que me hizo hijo tuyo.
Porque ese Amor me invitó a dejar el pecado y a acudir al sacramento de la Penitencia con lágrimas interiores de contrición sincera.
Porque ese Amor me es dado, como tesoro de tu Iglesia, cuando recibo tu Cuerpo y tu Sangre en cada Eucaristía.
Sé que también me pides que cambie mi modo de pensar, de sentir, de actuar. Pero eso será posible solo si me abro a ti y dejo que tu Amor me cure.
Por eso quisiera caminar hoy, y cada día, bajo tu mirada de Padre, desde el fuego del Espíritu, con la certeza de la gracia de tu Hijo.
No sé cuánto durará mi vida ni qué pueda ocurrir en este día. Sí sé que tu Amor seguirá delante y detrás, dentro y fuera, porque todo lo bueno que existe es obra de tus manos.
Dios, que eres amor y me pides amor, te pido la gracia de acoger continuamente tu ternura, de abrazarte como miembro de esa Iglesia fundada por la Sangre de tu Hijo.
Llega el tiempo de afrontar nuevas tareas. Quiero que sean un ofrecimiento, pobre y sincero, a Ti y a quienes Tú amas, hermanos míos que también reciben, continuamente, el aliento y la belleza de tu Amor paterno.
Por P. Fernando Pascual