El Concilio Vaticano II definió la Iglesia de hoy como un pueblo en marcha, un pueblo peregrino. Y la esperanza es la virtud de los caminantes. La esperanza resulta la virtud más olvidada de los cristianos, pero la más necesaria para ir por la ruta de la vida. Ella mantiene en pie el corazón de los cristianos. Y hoy necesitamos esa virtud en nuestra patria más que nunca, porque muchos hermanos han perdido la esperanza en un futuro mejor.
Mientras hay vida hay esperanza. Vivir es tener deseos, vivir es anhelar algo y luchar para alcanzarlo. Siempre estamos esperando alguna cosa: el ascenso en el trabajo, ampliar la casa, un televisor más grande, un par de zapatos nuevos. Y cuando una de estas esperanzas se nos frustra, entonces nos sentimos amargados.
Sin embargo, lo curioso es que también, muchas veces, nos sentimos vacíos cuando alcanzamos lo que tanto queríamos. Antes creíamos que con eso ya seríamos plenamente felices, que no nos faltaría nada más. Pero a medida que se cumple una esperanza, nos surgen otros anhelos y sentimos que todavía no estamos satisfechos.
Siempre deseamos algo nuevo, porque lo antiguo, lo que ya tenemos, no nos ha llenado. La fiebre de lo nuevo se ha convertido en una enfermedad para el hombre de hoy.
Nuestras esperanzas las podemos apoyar sobre arena o sobre roca. Y sabemos que la única roca verdadera es JESUCRISTO. Las cosas de este mundo fueron creadas para conducirnos y acercarnos a Él. Por hermosas y nobles que sean, no son más que hitos en el camino, no pueden saciar toda nuestra esperanza. No podemos apoyar la esperanza de nuestra vida sobre arena.
Tenemos que edificar sobre la roca de Cristo. Cuando apoyamos nuestras esperanzas sobre Él, entonces tenemos entusiasmo y optimismo para enfrentar la vida.
Pero, ¿cómo encontrar a Cristo en mi vida concreta? ¿Cómo hacer que la luz de su esperanza me penetre y me llene el corazón?
Sabemos que la Estrella que nos conduce a Cristo es MARÍA, su Madre. Ella es la gran tierra de encuentro con el Señor.
La Iglesia la llama Madre de la esperanza. Desde la Anunciación, Ella apoya todos sus anhelos en su Hijo. Ella sabe que Cristo es la roca que no pasa y que nunca desengaña. Por eso, espera contra toda esperanza, incluso cuando Él muere, junto a Ella, en la cruz. Para los apóstoles, la muerte de Jesús resulta el tremendo fin de todas sus esperanzas. No así para María: Ella continúa su camino por la oscuridad, pero con el corazón lleno de esperanza.
Acerquémonos, por eso, a Ella, esa tierra de encuentro y de esperanza que es María. Con su luz, Ella enciende también en nosotros la esperanza de Cristo y nos precede en el camino. Así Ella nos ilumina para saber apoyar en el Señor todas nuestras esperanzas humanas. Y como la vida de María, así también la nuestra se llenará de alegría, de un entusiasmo que no pasa, de una eterna juventud.
Pidámosle a la Virgen María que nos ayude a construir una comunidad de la esperanza, pero apoyada sobre la roca de Cristo. Solo sobre este fundamento podremos edificar un futuro mejor de nuestra patria y nuestro pueblo.
Porque una comunidad de la esperanza sólo se construye con hombre y mujeres de esperanza, alegres y confiados, que han tenido un encuentro vital con Cristo en el corazón de María. ¡Que la Madre de la santa esperanza nos ayude en esta misión!
Preguntas para la reflexión
¿Soy un hombre, una mujer de esperanza?
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