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La esclavitud sexual, responsabilidad de todos

Durante el primer fin de semana de noviembre se ha celebrado en el Vaticano un encuentro sobre la asistencia a las víctimas del tráfico de personas, esa “plaga aberrante de esclavitud moderna”, en palabras del Papa Francisco.

Sabemos que Francisco, ya desde que era Arzobispo de Buenos Aires, ha mostrado una especial sensibilidad y atención a este fenómeno que crece y crece en todo el mundo, y que supone el secuestro de personas con el fin de someterlas durante años –o toda la vida- a abusos sexuales, torturas y encierro para el beneficio de las mafias internacionales. Actualmente es el negocio que mueve más dinero en todo el mundo, por encima del tráfico de drogas y de armas.

Hemos de ser claros: acabar con esta lacra es una responsabilidad de todos, no sólo de las autoridades. Cuando alguien contrata a una prostituta o ve sexo por Internet –aunque sea gratuito- está contribuyendo a que millones de personas sigan siendo extorsionadas y esclavizadas de una manera brutal y despiadada. Sólo una conciencia pública clara y decidida puede salvar a tantas personas que son extraídas a la fuerza o con engaño de nuestro entorno.

No seamos ingenuos, porque a veces parece que estemos ciegos. Hoy en día hay tantas posibilidades de que la droga entre en nuestras casas como de que los proxenetas pongan los ojos sobre nuestros hijos e hijas.

En Suecia hace 20 años que tomaron una decisión que puede parecer radical, pero que es efectiva y a la que cada vez se van sumando más países: penalizar a los clientes en lugar de a las víctimas de la prostitución. Se considera que contratar a una prostituta es una forma de colaboración con la esclavitud sexual y se castiga con penas que pueden llegar a suponer el ingreso en prisión.

Es una postura acertada, porque toda forma de prostitución oculta métodos de trata y el cliente debe saberlo y asumir su responsabilidad. Corea del Sur, Noruega, Islandia, Canadá, Irlanda del Norte, Francia y la República de Irlanda ya han tomado la misma medida. ¿Será capaz México –uno de los países más azotados por esta epidemia- de seguir este mismo camino?

Por Marcelo López Cambronero